Charlar con José Ignacio Bidón y Vigil de Quiñones es entrar de lleno en los recuerdos de una España que navegaba entre la depresión post colonial y el romanticismo literario de la Generación del 27. En la avenida de la Palmera está el despacho de este abogado de prestigio que guarda entre sus paredes, estanterías y cajones algunos de los recuerdos únicos de un árbol genealógico que divaga entre apellidos con reconocimientos militares o amores por las letras universales. Es cónsul general de Filipinas en Extremadura, Ceuta y Melilla y es descendiente de dos emblemas de la historia de nuestro país: sobrino nieto de Luis Cernuda Bidón y nieto de Rogelio Vigil de Quiñones, uno de los héroes de Baler.
Y es que, la relación de hermanos que mantuvieron durante décadas ambos primos fue crucial en la vida y obra de Cernuda. José Ignacio apunta que “es algo bastante desconocido. A Luis Cernuda, que estudio derecho obligado por su padre, lo que le interesaba era la literatura y estuvo muy influenciado por Ulises”. Las ganas de conocimiento se iban incrementando. Cernuda “era un incomprendido en Sevilla, se ahogaba en su ciudad y quería escapar de aquí”, recuerda escucharlo en palabras de su abuelo. “Por eso viajó tanto”, apunta José Ignacio. “Como tenía que tener una actividad, estuvo en las universidades de Oxford o Cambridge, entre otras tras salir de un país ya enclaustrado en tiempos convulsos”.
Pero volviendo atrás, las calles del barrio de Santa Cruz y sus paseos hasta la Alfalfa crearon el caldo de cultivo perfecto para su primer libro lírico: “Perfil del Aire”, con un nombre que lo lleva a la calle donde nació. Sevilla estaba en todos sus primeros versos hasta que se languideció entre sus estampas y recuerdos. José Ignacio apunta que “el padre de Luis Cernuda era militar y recibió una educación muy prusiana por ello. Eso le agobiaba”. Después marchó a vivir al número 6 de la calle Acetres, una preciosa casa con patio sevillano que en 2021 será un museo municipal dedicado al escritor. Por testimonio familiar, el entrevistado señala a Cernuda como “un joven muy apocado”. Cuenta una anécdota que “de niño, cuando algunos señores tiraban billetes desde un balcón a los jóvenes para verlos pelearse entre sí por el dinero, él ni se inmutaba”. Aquello labró su personalidad que “lo hizo alejarse de aquella Sevilla de pillos y truhanes”, porque Luis Cernuda era distinto: “Vestía elegantísimo e impoluto y llamaba la atención por aquello”. Un escritor que tenía por amigos a Lorca, Alberti o toda la generación del 27 de la que formó parte.
Pero antes, el recuerdo regresaba a aquella plaza del Pan, “la que muchas veces nombró en sus textos”. Y es que, todo tiene un porqué en la obra del maestro: “Cada vez que escribía algo, se lo enseñaba recelosamente a su primero hermano Ulises”, abuelo del entrevistado. Porque, Cernuda “era muy receloso con lo que escribía· y acudía a aquella droguería con mucho secretismo: “No quería ni que su primo le estropeara mínimamente una página al ojearla”, recuerda un Bidón que guarda en su memoria el testimonio gráfico de aquel Cernuda que tuvo al abuelo de nuestro protagonista como confidente. Un poeta que murió el 5 de noviembre de 1963 en México, con la mera compañía de la poeta y amiga Paloma Altolaguirre. “Allí solo quedío de sus recuerdos un baúl que posee la familia Yangua”.
Uno de los misterios mejor guardados de la vida del poeta está en su segundo apellido Bidón, que comparte con el entrevistado. En la tumba del país americano donde está enterrado, este aparece como “Bidou”, hecho que el propio José Ignacio argumenta, tras el testimonio de su abuelo que “lo creó como una ficción para ocultar su personalidad real y su pasado castigado en España”.
El último de Filipinas murió en Sevilla
El 2 de junio de 1899, en el sitio de Baler, una remota iglesia de la isla de Luzón, 38 soldados y religiosos españoles, de los sesenta originales, sobrevivieron tras más de un año de asedios por parte de los filipinos insurrectos sin tener conocimiento que las islas ya no eran españolas. Con la firma del Tratado de París entre España y Estados Unidos, se ponía fin formalmente a la guerra entre ambos países (que habían firmado un alto el fuego en agosto de 1898) y España cedía la soberanía sobre Filipinas a Estados Unidos. Aquellos casi cuarenta hombres salieron casi moribundos pero considerados como héroes en ambos bandos de la contienda. Uno de ellos fue Rogelio Vigil de Quiñones, abuelo del entrevistado.
Marchó a Filipinas “por un desamor y pidió el destino más lejano que había”. Allí marchó como médico provisional y le tocó vivir el asedio a Baler. Otro de los tesoros de nuestro abogado está en uno de sus papeles: “A todos los supervivientes le dieron un salvoconducto para que regresaran a España como héroes. Uno de estos documentos acreditativos lo conserva su nieto entre legajos”. Rogelio será recordado posteriormente por fundar el Hospital Militar de Sevilla y por descubrir, entre muchas otras enfermedades, la cura del Beriberi: un mal letal que los asiáticos sufrían por la ingesta del arroz en mal estado.
Texto y Fotos: Javier Comas