Cumpliéndose ya un mes de que finalizara lo que seguramente haya sido uno de los eventos del año a nivel mundial, la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa, es bueno echar la vista atrás y ver qué es lo que ha pasado.
Dejando a un lado las creencias o increencias de cada uno, ciñéndonos a lo estrictamente objetivo, no hay ningún evento en el planeta que congregue a tanta gente, a tanta gente alegre y a tanta gente pacífica. Fueron alrededor de dos millones de jóvenes los que se congregaron en la capital portuguesa con el sencillo fin, por muy absurdo o inútil que le pueda parecer a más
de uno, de rezar, de festejar y de escuchar lo que el hombre, el que algunos llaman Francisco y otros llaman Jorge y que para ambos es el Papa, tenía que decirles.
Tras dos milenios de Iglesia Católica, quizá el mensaje del Santo Padre fuera una obviedad, pero es que no está de más que de vez en cuando se repitan obviedades, porque hay alguno que de no oírlas, se les olvidan. Mensaje que por otra parte, aunque obvio, fue absolutamente neutro, y con neutro no quiero decir imparcial, que evidentemente no lo fue, con neutro se quiere decir eso precisamente, neutro. El mensaje del Pontífice se basó en tres premisas sobre las que giró y giró en todas sus intervenciones a los jóvenes: la Iglesia es lugar para TODOS, la Iglesia es ante todo alegre y en la Iglesia lo que no debiera caber es el miedo.
No se hicieron mensajes ideológicos ni políticos ni nada por el estilo porque no tienen cabida en estos eventos, la Iglesia es para todos sin excepción. Y si algo de bueno tiene esto es que estas tres premisas son aplicables sin distinción a cualquier persona sea de la edad, sexo, raza o ideología que sea, y que aparte de ello, son muy necesarias actualmente.
Francisco entendió a la perfección cuál era el mensaje que tenía que dar en base a las necesidades que tiene el mundo y más directamente los jóvenes. El mundo necesita personas atrevidas, valientes, con coraje, sin miedo, personas tolerantes, que sepan encajar críticas, que asuman derrotas y se levanten, que trabajen, que pongan empeño, que disfruten de la vida, que valoren la vida y que la vivan al 100% y todo esto Francisco lo sabía y por eso encajó tan bien con la juventud.
En cuanto al ámbito espiritual, tampoco dejó Lisboa indiferente a nadie. Si algo dejó claro el Papa es que Dios ante todo y por encima de todo es amor y, por tanto, ama. Y si algo se dejó ver en los participantes es que, estén donde estén y hagan lo que hagan quieren que esté su fe en medio porque demuestran que lo está. Han demostrado que Dios está en una Iglesia y una capilla pero también está en un festival dando saltos al ritmo de los platos de un cura DJ, en un concierto, tomando una cerveza o en un abrazo con alguien que no conoces y con el que ni siquiera compartes idioma.
Parece que hay una juventud, mucha, que ha despertado a la alegría y una muy buena parte de esa juventud, si se hace zoom en la foto, es española, así que esa alegría nos toca mucho y muy de cerca, porque aunque parezca mentira, en la plétora de banderas visibles en cada foto y en cada vídeo la rojaigualda se ha distinguido por su cantidad.
El mensaje desde luego ha sido para todos, el fondo si se quiere es aplicable a cualquiera, la intención, la mejor de todas.
A la “juventud del Papa”, como ellos, entre los que humildemente me incluyo, la llaman, para salud de unos y desgracia de otros, le queda cuerda para rato.
Texto: Enrique Galán Gómez

