“Añorarse es tan sano como necesario”

Marchamos huyendo a ninguna parte, dejando a Sevilla en una calma íntima que durará poco, solo interrumpida en
la sevillanísima mañana de la Patrona para a su paso ser piropeada con oraciones de las caras morenas más guapas que se pasean por nuestras costas, fieles a su cita. Este receso será breve, en la justa medida. La suficiente para echarnos de menos. Hay que luchar por no hacernos muy vistos, pugna compleja de liderar en la batalla de los egos de esta sociedad sobre conectada, siendo la peor comunicada de todos los tiempos. Nada como coger distancia para renovar nuestras ganas de tenernos en el día a día de la gran obra efímera que es Sevilla en su cotidianidad. Retirarse los embajadores por un tiempo, como nos pasa con amigos o parejas y familiares, castigándonos con la distancia medida, sin llegar al olvido, nos hace re enamorarnos, re ilusionarnos con la vieja ciudad, mientras nos entretenemos en fugaces dioses, vestidos de playas, atardeceres ajenos, combinados, hamacas y barcos de amigos, en un espejismo idílico articulado en redes de vanidades y sonrisas impostadas de “selfies” de películas americanas con finales felices. Siempre digo que pocas cosas me gustan más del verano que volver a Sevilla, con la excusa de abrir el buzón, de pasearla en el silencio sepulcral de sus callejuelas en las noches de verano, de jazmines y damas de noche, de balcones y ventanales abiertos, de espaldas a lo que toca, chiringuitos a parte. El verano es un respiro y un suspiro por la Sevilla candente que añora sus días grandes y más universales. Salimos un mes más para narrar con el sosiego de siestas tras largas sobremesas en las que se ve la vida pasar, mientras se incuban proyectos y propósitos de un curso que empezará a primeras de cambios. Echarse de menos, añorarse, es tan sano como necesario. Todo cansa.
Hasta la gloria misma. Vivamos estos días levantando el pie del acelerador y volquemos nuestra energía en buscar la paz mental, el relax que nos provoque y nos propicie un verdadero descanso para volver fuertes como el vinagre de yema, dispuestos a comernos el mundo, a luchar por nuestros sueños y pelear por lo que nos mueve cada mañana para salir
a la jungla de la calle. Sevilla permanece. Siempre perdura.
Sevilla espera como buena madre con el sabor de siempre, sin aditivos, ni colorantes, ni modas. Esperar aun en la ciudad de la Esperanza es a veces lo más difícil, pero a la larga lo más gratificante. Sevilla nos espera para dar lo mejor de nosotros, viviéndola, gozándola, escribiendo con nuestras vidas la suya propia. Vivamos estos días dejando en la medida que nuestros hábitos, vicios, responsabilidades nos lo permita el móvil encima de la peinadora y regalémonos el silencio, la escucha, la contemplación. Vivamos en primera persona, alejados aunque sea por un momento de lo virtual. Vivamos pasados a limpio, sin borradores, entendiendo cada día como un regalo.
Que el campo, la playa o el extranjero en sus mil versiones turísticas nos aleje para acercarnos a lo que somos y a lo que queremos ser y a lo que queramos hacer con nuestra vida.
Tomemos el pulso a lo estival y hagamos de nuestra capa un sayo. Permítanse parar, sentir, ser, esquivos con las prisas,
con lo que toca, con lo que quieren los demás que seamos.
Busquemos lo auténtico. En las segundas de cambios, Sevilla estará presta a recibirnos con los brazos de par en par, camino de vuelta, retornados con nuestra mejor versión, con mente reposada pero ambiciosa, sin agobios, repleta de buenas ideas y de nuevas ganas para volver a sumergirnos en sus entrañas y dejarnos, como ayer, como siempre, enamorar como musa y diosa de tantos sevillanos que fuimos, somos y seremos, entregados abnegados por sus encantos. Sean felices. Échense de menos. ¡Nos vemos en septiembre!
