“No es una invitación a callarse, sino un brindis a la prudencia”

Un mes más me enfrento al folio en blanco con la intención de trasmitir una idea, un mensaje que pueda sumarle desde esta tribuna libre de pensamientos en voz alta. Quizás vivimos un tiempo en el que todos tenemos algo que decir continuamente. Todos tenemos el derecho a opinar y nos creemos además con el derecho a hacerlo sobre absolutamente todo. Diría que sin pudor incluso, si me lo admite. Creo que debe ser una prioridad sin embargo aspirar al silencio. El silencio nos invita, por ejemplo, a la reflexión, a recapacitar con el punto en el que nos encontramos y en el que queremos estar con la noble aspiración de contrastar si coincide lo que hacemos con lo que queremos ser en el sentido del camino imaginario que forman nuestras decisiones y nuestros pasos. El silencio se presenta como el escenario idílico en este mundo sobre informado, atiborrado de portavoces iletrados y abanderados de la libertad de expresión como arma arrojadiza. Vivimos en un ruido continuo en el que casi no tenemos la ocasión de ser conscientes, de ser analíticos para ser coherentes, consecuentes con nosotros y con la vida que nos estamos construyendo a penas sin dejar de correr a no sabemos dónde. Llega la Cuaresma y puede ser el momento de cogerle las vueltas a la vida y a la corriente para buscar nuestro silencio, nuestra soledad, nuestro encuentro y recogimiento. El cartel anunciador de la Semana Santa ha dado para mucho. Es el ejemplo del momento decadente que vive nuestra sociedad ansiosa y nerviosa por manifestarse. Sin entrar en si me gusta o no, que no es importante y a nadie le debe importar, hemos estado de forma repentina rodeados de expertos en arte de una manera loca. Vivía sin saberlo rodeado de eruditos de las bellas artes, antropólogos, incluso teólogos en torno a lo que debe ser un cartel, de qué manera representa al sevillano y de su idoneidad en el contexto de la Iglesia de hoy. Sinceramente, el cartel cumple el objetivo de anunciar la Semana Santa de Sevilla. Una imagen de un Cristo resucitado en el centro de la obra, con señales de la Pasión que vivió Jesús de Nazaret, y en sus márgenes “Semana Santa” y “Sevilla 2024”. Fin. Desde mi desconocimiento, objetivamente es un cartel indiscutible de lo que es y designado por un Consejo de Cofradías, consciente en la trayectoria y estilo del artista. No hay más. Estos días de ruido incómodo y cateto en torno a la idea de “lo que es o debe ser” la Semana Santa de Sevilla por sus autoproclamados portavoces, con los argumentos “de toda la vida” (que no sabemos a cuándo se refiere el comienzo de toda esa vida de la que hablan) han sido de vergüenza ajena. Algunos hablaban de si representaba o no a la Semana Santa, perdiendo de vista que no es el objeto del cartel. El objetivo del cartel es anunciar la Semana Santa, no representarla. Las redes sociales, que son en mi caso herramienta de trabajo para la promoción de mi negocio y de este medio, han servido para mostrar la peor cara de esta ciudad en la acepción más provinciana y osada de su definición. El cartel podrá gustarme o no. El cartel podrá ser más o menos provocador. El cartel podrá ser más o menos del gusto de quienes lo sienten carente del dolor del calvario con un Cristo adolescente e idealizado con barba anacrónica y perfilada. El cartel podrá ser el que usted o yo no hubiéramos ideado, si Dios nos hubiera dado el don de pintar y ser a través de la pintura artista. Lo que es indiscutible es que el cartel no ofende a simple vista, al margen de lo retorcidos que queramos ser, y anuncia lo que debe anunciar y es de una altura técnica, según los expertos con los que he podido hablar, que no yo que soy profano en la materia. ¿El cartel anuncia la Semana Santa de Sevilla de 2024? Sí. ¿Me hubiera gustado un cartel más costumbrista, basado en los esquemas iconográficos clásicos? Quizás. Pero de ahí a tener que escuchar y leer análisis del cartel por parte de individuos que se consideran autoridad en la materia artística o espiritual y que hasta reclaman su retirada es del mismísimo tebeo. Me entristece la imagen paleta que podemos dar en el exterior. Soy un enamorado de la cartelería de principios del siglo XX, tanto la taurina, como la de Fiestas de la Primavera, que recoge los tópicos y típicos elementos que han servido de inspiración dentro y fuera de nuestras fronteras de generación en generación, pero eso no deja de ser una opinión personal que para nada es autoridad. No soy nadie para ser sentenciador, ni autor de análisis de valor públicos sobre la idoneidad o no de un cartel de un artista de la talla de Salustiano, según consideran los que saben de esto, que no es mi caso. A mí el cartel me importa lo justo. Entre cero y nada. Siempre que no sea una ofensa directa y evidente a mi Credo. Estoy expectante por lo que la Cuaresma significa como católico y como sevillano. Eso sí me importa. El cartel, con todo mi respeto, me trae sin cuidado. Lo que sí me importa es el derrotero que estamos tomando, haciendo del ruido nuestro hábitat y del concepto poco modesto del derecho a opinar de todo en foros como si a todos nos preguntaran desde el imaginario comité de expertos de sevillanas maneras. Es inconcebible que hasta tres tuiteros de poca monta condicionen la agenda de un alcalde. Maldita sea. Practiquemos el silencio, que no es una invitación a callarse, sino un brindis a la prudencia y a la reflexión para aspirar al fondo y no al envoltorio de lo que realmente importa y de lo queremos hacer con el don de la libertad, en este caso de expresión.

 

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