veinticinco cuartetas que desordenan el tiempo
para Domingo Delgado de la Cámara, partidario fiel
Duerme el lirio de los Gallo,
rota luz dorada y grana.
La sentencia de Guerrita,
lauda en Medina Azahara.
Carretera de Aragón,
¿quién citó en tu vieja plaza
con aquel puñal de frío
la maldición de la parca?
El viento la llevaría
como lóbrego fantasma
hasta el prado toledano
de una Virgen ermitaña.
Mas mudejará el ladrillo
en monumental Alhambra.
Nueva Roma del toreo,
catedral de los espadas.
San Gil esculpe su Gólgota,
mustia tragedia hortelana.
Catafalco son los tules,
que velan tan preciosa Ancla.
El rey santo de Castilla
rinde en el túmulo su arma,
y el cimborrio renacido
pica celajes sin mancha.
Los caciques de la envidia
con su torva amaestrada,
derriban un coliseo,
tendidos de justa traza.
Pero el arte se hará un bronce
y la gloria una andanada,
donde ver su paseíllo
sobre la gracia de España.
La rosa del amor puro
Guadalupe la acapara,
y a los pies deja brillando
el anillo de su alianza.
Bellotean bambalinas
contra doce áureas lanzas.
Columnas de los deseos,
pentagrama de una marcha.
Fulgurante por los siglos,
oro de pluma entregada.
Albero de la Alameda,
cresta jugando en la saya.
Espanto de calavera,
duende loco sin palabra.
Tosco ósculo en la penumbra
sus treinta lunas de plata.
Paladín por la dehesa,
garrocha alta, espuelas blandas.
Pandereteando el llano,
tordas bizarras las ancas.
San Martín entre la nieve,
caridad que no se iguala.
Sigilosa su limosna,
parábola de Samara.
Presidiendo un Salomón,
túnica púrpura y blanca,
se le otorga lo prohibido,
aurícula de la fama.
En el Chofre, un mal Saltillo
su corazón anhelaba.
Bella alhaja de su arcángela,
almena de la Esperanza.
Un veintiocho de septiembre,
taleguilla perla clara.
Estoque de San Miguel,
pítica muleta sabia.
Infante del azabache
que lloras oliva amarga.
El eral está cuadrado,
tu sino, cartas marcadas.
Dilecto del ganadero
que a los Cabrera encastara.
Su vástago putativo,
parto de la vaca brava.
Marinero sin barquito
por la orilla de la Hoyanca,
atalaya en el futuro
otro cachorro de Triana.
Voz remota del Planeta,
caracolas de taranta,
y Gabriela en su braceo,
las flores de la naranja.
Bramidos de laberinto,
Apis flotando en la capa,
revolera de Fernando,
sol y arena de Saqqara.
Belén del Guadalquivir,
Algarrobo de los Alba,
la historia allí se concita,
nacimiento del monarca.
Jeroglífico en la piedra,
uros de Guisando almagras,
profetizan al mesías,
bajo la noche estrellada.
(reserva)
Por la ribera del río
va un novillero en volandas,
lirio vivo de alegría,
que se refleja en el agua.
Un hijo de Molina lo escribió en el mar
Bosco Gallardo, Estepona 180723
GUÍA PARA COMPRENDER (SI SE QUIERE) “NUEVO ROMANCE DE CIEGO”
Primera cuarteta. El poema inicial de La Macarena y su mundo (2020) tiene la siguiente dedicatoria: “Guadalupe, que este libro tenga la fuerza de tu amor”. En dicho soneto llamé a Joselito “Lirio de los Gallo”. Sigo identificándolo con la misma flor, que ahora —en el capítulo inicial de un libro en preparación— tiene un matiz añadido, al compararlo con Jesucristo, que en el Cantar de los Cantares aparece reflejado en su Iglesia como “el Lirio de los valles”. No es mi intención incurrir en ninguna herejía, se trata de una licencia lírica más. Mi lirio sevillano se vistió la tarde del 16 de mayo de 1920, en que perdió la vida, de grana y oro, el terno de los valientes. Al traje para torear se le llama “vestido de luces”, de ahí viene lo de “rota luz”, ya que el toro le sacó las tripas. Rafael Guerra Bejarano (Córdoba, 1862-1941), conocido como el Guerra o Guerrita, y reconocido como el segundo de los califas de la tauromaquia, cuando se enteró de la tragedia, proclamó en el mensaje de pésame a la familia: “Se acabaron los toros”. Ese telegrama, que se conserva, lo convierto en una sentencia grabada en una lápida de Medina Azahara, la ciudad de los califas e, incluso, se caligrafía en mi mente con caracteres cúficos, detalle que no expresa explícitamente ningún verso, pero la semilla de dicha imagen queda plantada en esta cuarteta para que alguien la pueda hacer crecer como yo. Una de las grandezas de la poesía es que te permite trastocar el espacio y el tiempo, es decir, la realidad; pero esa alquimia de las palabras tiene que mostrar siempre la belleza de la verdad.

Segunda. La tarde anterior toreó en Madrid, en la antigua plaza conocida como de la carretera de Aragón, y no estuvo bien, tampoco sus compañeros de terna, Juan Belmonte (Sevilla, 1892-1962), y su cuñado, Ignacio Sánchez Mejías (Sevilla, 1891-1934), que si bien saldría indemne de Talavera, igualmente caería en una plaza, la de Manzanares, catorce años después.
A Joselito, desde el tendido, se le deseó la muerte (“Así te mate mañana un toro en Talavera”, frase registrada en la prensa). En la crispación del llamado “el respetable” —que no siempre lo es— influyeron las opiniones injustas y malintencionadas de una parte de la crítica. A ello se suma que, a los aficionados de la plaza más importante del mundo, no les agradaría que el número uno del escalafón prefiriera actuar al día siguiente en el mencionado coso toledano, clasificado como plaza de tercera categoría, en lugar de repetir allí. José lo hizo en contra de sus más allegados y por conseguir que Gregorio Corrochano (1882-1961), la firma más influyente, dejara de destrozarlo con sus juicios escritos; pues estaba alineado con los intereses de los maestrantes, es decir, en contra de la Monumental, la plaza que había inaugurado Joselito en Sevilla, con más aforo y, por consiguiente, localidades más baratas. Don Gregorio era de Talavera y detrás de la gestión de su ruedo, así como del nefasto ganado que se iba a lidiar, estaban unos familiares suyos muy próximos. Fue una manera de intentar restablecer el favor perdido de dicho crítico, de ofrecerle, a pesar de todo, su mano.

Los Miura invitaron a la reina, a la emperatriz, al duque de Alba, a los marqueses de Carisbrooke, así como a los duques de Santoña y a otras personalidades a una demostración de acoso y derribo en su finca, el anterior 26 de abril. Así mismo, asistió Guillermo Marconi, que haría al rey, en el yate Electra, atracado en el Guadalquivir, una demostración de su célebre invento. Joselito, “Paladín de la dehesa”, le está contando a su majestad que la cabalgadura que monta se la compró a su esposo, Alfonso XIII, ya que resultaba indomable para la práctica el polo. Doña Victoria le respondió: “Pues la habéis dominado con la misma habilidad que domináis a los toros”.

Tercera. Esa maldición, ese grito del día 15 en el tendido resume todo un extenso catálogo de fatalidades que hicieron que muriera en Talavera, cuya plaza se asienta en los terrenos aledaños de la que puede que sea una de las mayores ermitas españolas, la de la Virgen del Prado, patrona de la ciudad.
Cuarta. Como se cumplió la maldición, el poeta (es decir, yo) detesta aquel antiguo ruedo madrileño, que percibe como un lugar horrible, donde se dio alas a la muerte, invocándola para que guadañara a su lirio. A aquella vieja plaza se contrapone, en esta cuarteta, las Ventas, la actual, que fue una ideación del propio Joselito. Si hubiera vivido, la habría inaugurado, pasados unos años. El estilo arquitectónico con que se concibió es también el neomudéjar. La Alhambra está construida en ladrillo, y de ladrillo visto es la piel de esta otra monumental de José, tercera después de la de Barcelona y la hispalense.
Madrid, sigue siendo el punto geográfico más importante del orbe taurino, de ahí el verso “Nueva Roma del toreo”.
Quinta. Condensa el funeral con cenotafio en San Gil, celebrado el día 31 de mayo, con un gran túmulo diseñado por Juan Manuel Rodríguez Ojeda (Sevilla, 1853-1930) y la Esperanza vestida de luto con un tejido negro translúcido que dejaba entrever la saya romántica. El Ancla es el atributo de la Esperanza, a mí (jerezano por los cuatro costados), este símbolo me es especialmente significativo, pues a la Virgen le debo mi estabilidad, felicidad, aquí, en Sevilla. Alberto Rodríguez, tocaor y macareno del Señor de la Sentencia, piensa que debería haber escrito “magna tragedia hortelana”, y lleva razón, porque de la Macarena no sale nunca nada mustio. Sin embargo, en otros textos, tanto publicados como inéditos, he idealizado las antiguas huertas de la Macarena como un paraíso lírico y fundacional. A eso me refiero con “mustia”, a que nuestro edén, es decir, Ella, al vestirse de luto por José, provocaría un colapso en la vida de las huertas etéreas y atemporales —metafísicas si se quiere— siempre sonoras por el agua, siempre florecidas.
Sexta. Unos días antes se celebraron en la catedral otros oficios exequiales, también con cenotafio, siendo estos propios de la monarquía y de alta dignidad eclesiástica, es decir, prácticamente los máximos posibles que puede recibir un mortal en el rito católico. A José, por cierto, también se le llamó el Papa-Rey del toreo. Por todo ello, imagino que el cimborrio del templo (torre que se levantaba sobre el crucero), derrumbado por los terremotos de 1511 y 1888, se reconstruye esta vez solo, por sí mismo, llegando hasta el cielo en su honor, como si fuera una pica que cruza las nubes, de ahí el verso que dice “pica celajes sin mancha”, o sea, que compongo un tercio de varas celestial, sin sangre, incorpóreo, del que me satisface sentirme su humilde monosabio (creo que de chico soñé con serlo porque en la plaza de Jerez había uno muy valiente que solía defender a cuerpo limpio a los caballos derribados, moles que yacían paralizadas sobre la arena). También imagino que San Fernando deja su atributo de santo guerrero (los toreros son espadas) en el túmulo de Joselito.
Séptima. Los enemigos de la Monumental, es decir, de José, desde un principio mintieron y falsearon pruebas para poner en entredicho la seguridad de su plaza del barrio de San Bernardo.
Domingo Delgado de la Cámara, a quien está dedicado el poema, asegura que si José hubiera muerto de viejo, hoy estaría en pie. Podemos inferir que en la actualidad estaríamos disfrutando de un coso más grande, cómodo, funcional, con localidades más asequibles, donde las personas con menos recursos podrían acercarse al espectáculo más culto que existe. Esa era la intención de Joselito y lo que encierra el verso “tendidos de justa traza”.
Octava. Imagino que, el grupo escultórico de Mariano Benlliure (1862-1947), su mausoleo en el cementerio de San Fernando, es como el paseíllo triunfal de José en cuerpo glorioso a hombros de una España también espiritual; pues en él se encuentra fundida en bronce su sustancia más destilada: flamenco y toros, es decir, “sobre la gracia de España”. Los dolientes, en tan magistral escultura, aparecen como toreros concretos (Ignacio y cuadrilla), ganaderos (Miura), bailaoras, cantaores (Caracol niño). También se halla la Virgen de la Esperanza, “cruz de guía” de esta trágica y simbólica procesión de la nación.
Novena. Joselito amaba a Guadalupe de Pablo Romero Artaloitia (Sevilla, 1896-1983). Al parecer se iban a casar al año siguiente (1921) y para ello estaba dispuesto a dejar los toros, incluso. Ella no sólo eligió quedarse soltera, o mejor dicho viuda; sino que siguió, según se cuenta, llevando flores a su tumba, dejando encargado también que, después de muerta, a José no le faltaran: “La rosa del amor puro / Guadalupe la acapara”. Querida amiga, por favor, que todo lo que yo escriba tenga siempre la misma fuerza de tu amor.
Décima. La tradición oral también nos cuenta que en la catedral, vestido de nazareno, preguntó cuánto costarían doce varales de oro para el palio. Cuando le respondieron que mucho, aseguró que, si Dios quería, al año siguiente (también 1921) la Esperanza los iba a tener. Su hermandad no sólo inauguró su estatua recientemente, también una marcha de Abel Moreno con el título, “Varales de oro”, para dar cumplimiento de esta manera tan lírica a su incumplido sueño, “columnas de los deseos”. Por otra parte, la pasamanería del borde inferior de las bambalinas de los palios, si tiene cierto grosor, en el argot suele denominarse “bellotas”, por lo que otorgo en el primer verso otra acepción al verbo “bellotear”, que nada tiene que ver con la única que recoge el diccionario de la RAE. La poesía también sirve para recrear palabras, porque los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo (Wittgenstein).


Undécima. Por su defensa de los funerales en la catedral, que fueron reprobados por los sectores más inmovilistas de la ciudad, a Juan Francisco Muñoz y Pabón (Hinojos, 1866-1920), los gallistas que nos precedieron le regalaron una péndola de oro, la cual él entregó a la Virgen, a su vez, como presente.
En ella, José está efigiado en forma de gallo, asiendo con sus garras una muleta y un estoque. La Virgen sale el Viernes Santo siempre con este emblema tan macareno como literario, colgando de su fajín. La Alameda antes tenía albero y Joselito jugaba allí al toro. En la cuarteta se condensan el oro con ese tipo de arena, tan taurina. También el ave existente en la pluma, porque “juguetea” al estar saltando por el andar de la cuadrilla, costalera en este caso. Así mismo, quiero sugerir que el Galloniño está jugando en las faldas de su Madre.
Duodécima. Rafael Gómez Ortega, el Gallo (Sevilla, 1882-1960) ha sido el torero más genial de la historia. Fue famoso por ser capaz de lo mejor, la genuina “gracia toreadora” (Alberti), el mismísimo duende de los Gallo; pero también de lo peor, esto último, sus “espantás”. Cuando se producían, podía esgrimir entonces que el animal lo había mirado aviesamente, porque “ese toro tenía química”. Envuelto en semejante hechizo no podía remediar el pánico frente a la muerte (“espanto de calavera”), la cual le estaba acechando de un modo directo, por lo que, en consecuencia, sólo le quedaba lanzarse al callejón, presa del pánico. Al contrario que su hermano menor, era enormemente informal y excéntrico. Como estaba realmente mal en sus compromisos profesionales, Joselito le hizo retirarse en octubre de 1918. Pero volvió, a los seis meses, dejando a ambos en mal lugar, de ahí el verso “duende loco sin palabra”, porque además se fue con la competencia, haciendo la feria de abril en la Maestranza. Le ofrecerían un buen contrato para hacerle daño no a él, sino a su hermano, dado que la Monumental tenía en ese año sus propios carteles para el mismo ciclo… Por ello, utilizo la analogía con Judas, con su beso y sus treinta monedas de plata, que aquí pasan a ser lunas por su forma y brillo en la penumbra, es decir, a espaldas de José.
Decimotercera. Joselito era un gran jinete, no sólo como garrochista, también sabía picar. De hecho la forma arqueada de sus piernas, tantas veces caricaturizada en ilustraciones de la época, se debía a su pasión por la equitación. Eduardo Miura, el Patillas (Sevilla, 1852-1917), mencionado en el comentario de la octava, le regaló una yegua torda, Pandereta. De su nombre procede el verso “Pandereteando el llano”, donde se sugiere, como una onomatopeya, la percusión de los cascos al galope, recurso que se origina precisamente del nombre del animal; por lo que también se indica que tan poderosa cabalgadura, de alguna manera se apoderaría del espacio natural, sirviendo a su amo, “Paladín de la dehesa”. Utilizo la expresión “espuelas blandas” en contraposición a Ignacio, del que Lorca dijo en su “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, que era duro con las espuelas. Él elogia a su héroe de esta forma, varón cabal en
todas las situaciones, según tocara. Yo prefiero subrayar la dulzura perenne del mío (Homero dice que Ulises gobernaba con la dulzura de un buen padre), e imagino que con su montura no le hacía falta emplear ningún gesto violento de autoridad, porque los veo como dos amigos. Galopan libres por el campo, al que ambos pertenecían, sintiéndose libres, animales en el mejor sentido de la palabra, compenetrados, como si fueran un solo cuerpo veloz.

Colección de David Medina, Sevilla.


Decimocuarta. Efectivamente, tenía tan buen corazón que con el prójimo ejercía el amor supremo, es decir, la caridad.
No le gustaba que nadie se enterara de ello. Lo asimilo al buen samaritano y a San Martín, y como ambos son bienaventurados caballeros, se conecta ésta con la cuarteta precedente. La nieve hace referencia a la necesidad y al desamparo. Dice una canción popular alemana: “San Martín cabalgaba en el viento y la nieve”. Y es que la leyenda hagiográfica cuenta que tan buen cristiano cedió la mitad de su capa de soldado romano équite a un mendigo que se moría de frío. Alberto Rodríguez, al leer el poema, también me recordó la letra de una soleá: “Que no soy como San Martín / que dio media capa a un pobre / que yo se la doy entera / si le sobra, que le sobre”. Es curioso cómo culturas tan distintas adaptan a su medio e idiosincrasia un mismo relato, sin embargo, muy en el fondo, creo que todos somos prácticamente lo mismo.
Decimoquinta. La Maestranza se resistía a conceder orejas como trofeo, pienso que para distinguirse del resto de plazas, a las que consideraría menos aristocráticas. Antonio Filpo Rojas (Sevilla, 1881-1955) aparece como el rey Salomón, metáfora de la Justicia, pues rompió una costumbre que empezaba a ser atávica, revelándose como un patriarca de la equidad. Lo hizo en la feria de San Miguel de 1915, y de la mejor manera posible: para honrar al diestro más grande que ha habido. Por ello, revisto al coprotagonista de estos cuatro versos con la túnica de senador romano como atributo de su dignidad. Era jurista y fue el concejal que incluyó el título de mariana en el lema de Sevilla. Sus descendientes conservan la cabeza de aquel toro llamado Cantinero, así como el terno que lució José en la misma tarde triunfal.
Decimosexta. En San Sebastián (plaza del Chofre) un toro de la ganadería de Saltillo al entrar a matar, habría acabado con Joselito, según sus propias palabras, si el pitón no se hubiera encontrado en su camino directo hacia el corazón con la medalla de la Esperanza regalada por su madre. Se llamaba Gabriela, Gabriela Ortega Feria (Cádiz, 1862-1919), por eso se lee en el penúltimo verso “Bella alhaja de su arcángela”, por el arcángel santo y, en este caso, maternal patrono.

Decimoséptima. La fecha corresponde al día en que Rafael le dio la Alternativa en la Maestranza, después de dos intentos frustrados en Madrid; el primero por cogida, el segundo por una lluvia inclemente. “Pítica” hace referencia a Apolo, dios de las artes, porque José sentó las bases del toreo moderno, donde es posible precisamente hacer “arte”. Es más estético, más danza que lucha, a diferencia de la lidia antigua, donde se trataba fundamentalmente de sobrevivir, quitándose de la embestida (“o te quitas o te quita el toro”, se decía) y matando tras una breve y práctica preparación con la muleta. Para ello, no solo inició el toreo en redondo, sino que también pensó en el tipo de ganado que podía durar hasta y, sobre todo, durante la muleta, la cual pasaría a ser el episodio fundamental de la faena. Sigue sin ser un tercio porque el último es la muerte en sí, es decir, la espada. Los dos anteriores son el de varas y el de banderillas.
En la intención general del poema de alabar al héroe, su espada se iguala a la del arcángel san Miguel, que derrota al demonio, la bestia, el toro, el mal, porque aquí José es el bien.
Decimoctava. Su debut como becerrista fue el 19 de abril de 1908 en Jerez de la Frontera, vestido con un terno alquilado, verde y azabache, que le quedaba grande. “Oliva” es una referencia indirecta al color de la taleguilla, y directa a la forma de sus lágrimas, que son amargas, como el aceite de mayor calidad. Allí lloró de impotencia sobre el albero porque no podía matar al animal, demasiado grande para su escasa estatura de niño, pues no había cumplido los trece años de edad. El brazo, al extenderlo, le temblaba de tanto intentarlo, pero sobre todo por el peso del metal en sí. A pesar de ello, siguió una vez tras otra, mientras el público se llevaba un disgusto enorme viendo el pundonor y el corazón de un crío frente a su destino, el cual, para el poeta, es la misma muerte que él está intentando infringir al animal. Sería como una imagen especular, el niño quiere matar al becerro pero no puede, como tampoco puede escapar de su destino, el mismo del novillo: “tu sino, cartas marcadas”.
Decimonovena. Realmente fue un niño prodigio que sabía más de toros que los mayores que lo rodeaban. El citado, Eduardo Miura, era para él como un tío postizo, “Su vástago putativo”. Pero en realidad, su padre putativo fue, dicho por él mismo, su hermano Rafael, ya que el progenitor de ambos murió cuando Joselito solo tenía tres añitos de edad. Don Eduardo, el Patillas, dijo que lo había parido una vaca, intentando explicar tanto conocimiento, que parecía innato; pero que en realidad se debía a la intensa observación y al duro entrenamiento al que él mismo se sometía, gracias a su férrea voluntad. Cabrera es un encaste fundacional del toro bravo, presente en la sangre del ganado de aquella casa, pura arqueología animal, patrimonio de España y del Mediterráneo, o sea, de la humanidad, desde mi punto de vista.
Vigésima. Gabriela era gitana del barrio de Santa María. El primogénito Rafael, décadas después de Talavera, vencido por la añoranza, hizo mención a su hermanito cuando iba vestido con una blusa marinera hacia la plaza de toros de la Hoyanca, por las calles de la tacita de plata, para verlo actuar. Sobre este hecho biográfico absoluta, total y definitivamente (no sé cómo subrayarlo más) poético, tengo escrita una décima, dedicada a Manolo Bello, tan buen macareno como persona.
“Atalaya en el futuro”, es decir, que en la plaza o camino de ella, soñando despierto, Joselito ya puede ver a Juan Belmonte,
“otro cachorro de Triana” en el verso final, o sea, también joven, pero procedente del otro arrabal de Sevilla, como señala la última palabra del octosílabo; y puede divisarlo, porque en esa plaza será donde torearán juntos por primera vez. Fueron amigo de verdad y constructores del toreo moderno o artístico. Juan se enterró con la túnica del Cachorro (crucificado al que también hago una referencia explícita en el mismo verso, aunque esté escrito con minúscula inicial), circunstancia que no pudo realizarse con José y su merino de la Esperanza por mor de la distancia. Así lo declaró su primo, cuñado, y miembro de la cuadrilla, Enrique Ortega Fernández (Sevilla, 1888-1926), conocido como el Cuco.

Vigesimoprimera. Otra de las grandezas de Joselito es ser la encarnación de esa esencia de España dibujada en la cuarteta octava, que condensan los toros y el flamenco. En la sangre de José estaba la del Planeta, considerado el primer cantaor de la historia. Así que, efectivamente, Manolo Caracol (1909-1973) era sobrino suyo. Su madre, Gabriela, fue una bailaora notable. Los Ortega tenían un problema hereditario de sobrepeso. Por ello, imagino que su gran cualidad como bailaora era el braceo, que comparo con la gracilidad del azahar, “las flores de la naranja”.
Vigesimosegunda. En el Mediterráneo se ha rendido culto al toro desde siempre. Para ensalzar su progenie taurina, me remonto a Egipto y al laberinto construido por Teseo, donde estaba encerrado el Minotauro, supuestamente en el palacio cretense de Knossos: “Bramidos de laberinto”. Los Gallo destacaron como creativos capoteros. Su padre se llamaba Fernando, Fernando Gómez García (Gelves, 1847-1907), Gallito II mientras vivió su hermano José, iniciador de la saga y al que mi lirio quizá debiera su nombre de pila.
Vigesimotercera. Como apunté más arriba, actualmente estoy ahondando en la comparación de Joselito con Jesucristo en un nuevo libro. Esta cuarteta es su nacimiento, por eso llamo al municipio, con puerto fluvial, de Gelves, “Belén del Guadalquivir”. Allí vino al mundo, en concreto en la huerta del Algarrobo, propiedad de la casa ducal, donde se les acogió por caridad, porque estaban en la ruina. Y es que el cabeza de familia era caótico, de ahí le vendría a Rafael la tara. Como Nuestro Señor, Joselito nació pobre y llegó a ser rey, el Rey del toreo.
Vigesimocuarta. Imaginé que tenía que haber signos arqueológicos milenarios que profetizaran su llegada. Almagra es el color, parecido a la sangre, de los burladeros. También —creo haber leído— era el de las empalizadas de los campamentos romanos. Así estaba pintada, desde luego, la Giralda y junto con la calamocha para los marcos de los vanos, la cual se parece al albero, se policromaban los paramentos en la arquitectura hispalense. La misma dualidad tonal se aprecia de forma alterna en el interior de la Mezquita de Córdoba, concretamente en las dovelas de los arcos. En definitiva, la almagra o almagre es un color para mí que remite a nuestra cultura, la cual no se entiende sin el toro. También pensé en los bisontes o uros idealizados de Altamira, pero me parecían más potentes aún los bóvidos de Guisando, que son de piedra, o sea, que tienen cuerpo, y esta estrofa tenía que ser sólida.
La noche estrellada a la que me refiero en último verso de la cuarteta, que hace el número 96 del total de 100 del poema, es el tiempo astronómico de la eternidad, que espera el nacimiento de Joselito.
Vigesimoquinta. “Reserva” es como se denominaba en la época al toro sobrero, que por cierto también a la Maestranza le costó aceptar (1917) la existencia de este recurso de la lidia moderna, la cual se debe a Joselito. Está fuera del tiempo desordenado o inverso de las 24 cuartetas anteriores, es una estrofa que flota en la eternidad, la cual se ve simbolizada aquí por el reflejo en el Guadalquivir. Los ríos son el paso del tiempo, la vida del hombre (Manrique), que siempre muere; pero también tienen que ver con la resurrección, ya que el Bautismo de Cristo se produjo en el Jordán. Así mismo porque dan a la mar y de la mar nacen las nubes y de las nubes la lluvia… Son la eternidad, por tanto, y como bien piensa mi amigo Dámaso Cabrera, si Dios fuera algo material, sería el agua. El Guadalquivir es nuestra versión de ese concepto, no en vano para muchas culturas los ríos son deidades. Pero la cuarteta encierra un hecho histórico en sí, a pesar de su inasible y ambicioso significado, ya que a Joselito, de novillero, lo llevaron a hombros hasta la orilla del río. Recordemos que para mí él es lirio. Y dicha flor remite a la primera cuarteta, la de la muerte, recordemos: “Duerme el lirio de los Gallo”. Con la muerte es como él (y todos) alcanza la vida eterna. Los cien versos del poema se cierran en un círculo, es decir, mi poema no tiene ni principio ni fin.Las 25 cuartetas, una por cada año de vida de José, se llaman “Romance de ciego” por las narraciones de octosílabos que antaño, contaban y vendían, colgadas de un cordel, invidentes mendigos. Creo que, de alguna forma, todos somos ciegos y pordioseros, porque no vemos lo oculto que nos rodea, que es lo trascendente, y porque con nuestras acciones (e inacciones) estamos pidiendo a los demás que depositen en nuestra mano la moneda más preciada que atesoran, su amor, y Dios es el Amor (y “pordiosero”, el que solicita una limosna pidiéndola por Dios). También el poema se llama así porque circularon romances populares que narraban la vida de José.
Si el lector no conoce la biografía de Joselito, en mis versos no la puede “ver”. Pero eso no importa en realidad, de ahí el “si se quiere” que aparece escrito entre paréntesis en el título de esta guía. La poesía es ante todo sonido de bellas palabras, que velan la verdad precisamente para ello, para producir belleza. Cuando percibes su significado que ha sido oculto a conciencia, finalmente ves, dejas de estar ciego, o quizá te deslumbre su resplandor…
Lo escribí en mi paraíso personal delante del mar, con el teléfono como pluma, solo, debajo de la sobrilla. Sí, la vida biológica que vivimos suele ser bastante prosaica, por eso se inventó la poesía precisamente, porque somos pasión de Absoluto (Sartre). Y digo que lo hizo un hijo de Molina por mi padre, Antonio Gallardo Molina (1925-2013), Hijo Predilecto de Jerez de la Frontera, descendiente del cantaor, y mecenas del flamenco, Manuel Ortega Vargas, también conocido como el señor Manuel Molina (Jerez, 1822-1879). La familia materna de mi padre y los Gallo se trataban de primos y tuvieron estrechos lazos (también con Caracol), especialmente mi tío abuelo José Molina Fernández (Jerez, 1891-1975), el Chato Molina, que paraba en casa de los Gallo en la Alameda y que posteriormente, siempre que venía a Sevilla, lo primero que decía (y hacía) era “me voy a ver a mi primo José”, es decir, visitar su tumba.
Estas páginas las he escrito gracias al criador del mejor vino jerezano, José Antonio Zarzana, o Gallardo, que viene a ser lo mismo. Él estaba interesado en el significado preciso de algunas cuartetas, pero la idea de mostrarlas en este escaparate social ha sido de otro caballero jinete, Mario Niebla del Toro, verdadero équite romano. Su segundo apellido me hace pensar que este texto de explicación existía antes de que yo decidiera escribirlo, pues una luz recibida me permite vislumbrar la trascendencia que me rodea. Estas páginas que ya terminan, a diferencia del poema, las escribí en Sevilla, el 5 de agosto de 2023. Al día siguiente, la faena estaba planteada, cuando ya era el aniversario de la muerte de Miguel Loreto (Sevilla, 1949-2017), del que soy primo. Doy gracias a Dios por mi sangre y por la luz de la Esperanza, que es la bendita claridad a la que me he referido.
Texto: Bosco Gallardo

