“No sé si alguna vez ha
pensado cómo le hubiera
ido sin entender entonces,
en aquel momento decisivo,
que lo mejor que se podía
hacer era no hacer nada””

No sé si alguna vez ha pensado cómo hubiera sido su vida y en cómo hubiera desencadenado si hubiera mantenido silencio en aquel momento en el que no se cayó. Cómo se hubieran desarrollado los acontecimientos sin aquella llamada, si se hubiera mostrado inmóvil cuando movió sin embargo ficha. No sé si alguna vez en ese territorio entre el estar despierto y el sueño ha imaginado su vida sin aquella persona y esta otra no se hubiera cruzado por la suya. Sin aquella compañera de trabajo, sin aquella pareja, sin aquel amigo que se fue o que vino. No sé si esta majadería por la que corremos a todos lados continuamente le dio alguna vez esa bocanada de oxígeno mental para pararse y reflexionar qué tal hubiera sido su vida si, en lugar de dejar estar, de dejar pasar, tuvo que cantar las cuarentas, las verdades del barquero, poner los puntos sobre las íes. No sé si alguna vez ha pensado cómo le hubiera ido sin entender entonces, en aquel momento decisivo, que lo mejor que se podía hacer era no hacer nada. No sé si en una sola mísera ocasión optó por contar, por liberarse, entendiendo que los problemas de los otros no eran sus problemas, y lo definitivo que acabó siendo esa posición, para algunos cobardes, para otros estratega. No sé si le ha dado por reflexionar lo bonito o lo feo que sería en su interior si tal o cual cosa dejó de hacer o hizo y qué hubiera sucedido si se hubiera decantado por lo antagónico. Somos decisiones. A veces nuestras. A veces de otros. Somos, en cualquier caso, hijos de las circunstancias. El paso de los años es un mono titi en nuestra mente reflexiva cuando nos machaca con esa duda. La duda y la vida de lo que pudo ser y no fue. Los que somos providencialistas pensamos que no fuimos del todo autónomos. Una fuerza superior nos hizo hacer o no hacer, descolgar aquel teléfono que acabó con un perdón o con un telefonazo a modo de portazo, con el que nos liberamos y saciamos solo por unos segundos nuestra necesidad de hacer lo que sentimos justo o que nos abrió la puerta a una nueva etapa de menos lastre. Toda la vida caminamos cargando y soltando mochilas, optando caminos, abriendo o cerrando puertas, sumando o restando actores en la función principal de nuestra existencia. El ser humano con acentuado espíritu crítico y autocrítico no puede ser feliz las veinticuatro horas del día. De ninguna manera. El hombre crítico nace y muere dudando. Pocas cosas hay más humanas que la propia duda. Miro atrás y sería un necio de soberbia enfermiza si proclamase a los cuatro vientos que no me arrepiento de nada de lo que hice o dije. De muchas me siento orgulloso, pero la simple duda, en ese sentimiento de ser mortal, imperfecto, ya es un premio, porque me hace estar en paz con mi alma, en paz conmigo mismo y con la vida, perdonando y perdonándome por mis torpezas y mis desaires o infortunios, frutos de mis circunstancias, del relato de mi vida.
No hay dos vidas iguales, ni en una misma familia, en una misma casa, en una misma ciudad, en una misma calle, en una misma planta del noveno piso del mismo edificio. Por tanto, nuestras decisiones, aciertos y errores, nuestros silencios y nuestras intervenciones en el guión vital de cada uno están condicionadas por mil aspectos de mil naturalezas. Sólo en ese espacio de autonomía somos libres para acertar y errar. En ese momento donde optamos por hablar y no callar ya éramos en un altísimo
porcentaje previsibles. Nadie dijo que esto de vivir fuera un paseo en el amanecer de una playa de Cádiz, placentero, revitalizante.
La vida tiene levante y poniente. Pero, volviendo al principio, no sé si ha jugado a pensar de qué manera ese pasito atrás o ese paso adelante le hubiera determinado de otra manera su vida y todo su desencadenante. Enfilo el mes de septiembre con examen de conciencia para ver si en el nuevo curso que arrancamos soy capaz de pulirme en todo aquello que me merma, que me frena, que me obstaculiza en ese noble objetivo de ser feliz, en esa heroicidad de andar por casa que significa alcanzar pequeñas, medianas y grandes metas, que nos mantienen vivos, alertas.
Uno de mis objetivos inminentes es retomar mi abandonado hábito de la lectura constante, obviando el repetitivo de todos los septiembres de recuperar el peso saludable. Eso es harina de otro costal más carnal. Quiero sacar de ahora en adelante más tiempo para practicar el silencio, el descanso y leer y leer, si me apura, más poesía a la que aun más abandonada tengo. El poeta es un druida de las letras que cura y calma los pesares pesados que invaden e inundan nuestro yo más recóndito. El poeta es un soñador despierto de una vida, a veces idílica, a veces infernal, que como en una dimensión kafkiana deja entrever la capa más paranormal de nuestro ser. El poeta eleva con su palabra versada, con mayor precisión métrica o libertad en sus composiciones, la mortalidad del hombre y de la mujer y la condición divina de ambos en la galaxia del amor, la muerte y todos los trances que nos elevan a los seres caducos. Voy a leer. Voy a procurar más el silencio que ahora solo cultivo en mi oración diaria a la que nunca he abandonado desde que tengo uso de razón. No sé quién sería yo hoy si no hubiera actuado de la forma que lo hice. Sin embargo, llega septiembre y nos brinda la oportunidad de empezar nuevas decisiones, nuevos silencios, nuevas manifestaciones con lo que seguir moldeando nuestro yo del futuro, nuestros pasos atrás y pasitos adelantes que nos seguirán reconduciendo el camino.
Trabajaré en ello, intentando tomar de referencia, en la medida que mi espíritu crítico me procure altura de miras, lo que me sirvió y lo que no hasta llegar a este lugar, en este día en el que el verano empieza a dar sus últimos coletazos, cuando divisa su canto de cisne y la ansiada rutina se deja ver a la vuelta de la próxima esquina de la ciudad eterna.
«El hombre crítico nace
y muere dudando”
