14 May, 2025 | entrevista a

Artista: “El horizonte es promesa, es camino, es misterio”

En un estudio donde flota el aroma del palo santo y cada trazo parece un suspiro entre Sevilla y Verona, Paola Blázquez pinta no solo con colores, sino con alma. Esta artista, que convirtió el silencio en un renacer creativo, comparte en esta entrevista un viaje íntimo donde la luz, la emoción y el arte se entrelazan como forma de vida. Con el horizonte como símbolo recurrente, Blázquez nos invita a mirar más allá de lo visible, a escuchar lo que no se dice y a entender que, a veces, una pincelada puede ser un acto de amor profundo.

Su vida parece un puente entre Sevilla y Verona, ¿cómo se mezcla el alma andaluza y el romanticismo italiano en sus pinceles?
En mis pinceles conviven el color y la luz, la raíz y el suspiro. De Sevilla traigo la pasión desbordante, ese pulso vivo que convierte el color en emoción. Verona, en cambio, me enseñó a contemplar: aquí la belleza es silenciosa, serena, y se cuela en cada rincón, desde una plaza al amanecer hasta un fresco escondido. Mi obra es ese puente entre dos maneras de sentir: el latido andaluz y el susurro veronés dialogan en cada pincelada.

La pandemia fue clave en su impulso creativo… Si pudiera pintar ese momento vital, ¿qué colores y formas usaría para representarlo?
Empezaría con tonos plomizos y azules densos, formas quebradas suspendidas en un silencio casi infinito. Pero entre esas sombras, surgiría una grieta dorada, como el primer rayo de sol filtrándose una mañana cualquiera. Pintaría un renacer silencioso, pero imparable, con brotes orgánicos escapando de lo rígido. Desde niña fui soñadora, sensible a la belleza en los detalles, aunque nunca imaginé que el arte sería mi camino. La pandemia me obligó a frenar el ruido externo y, en ese silencio, descubrí a una nueva Paola: madre, mujer, artista. Entonces, entendí que pintar no era solo una pasión, sino un llamado. Decidí regar esa semilla que nació en tierra incierta, creyendo en mis sueños y abrazando, al fin, el arte como forma de vida.

Enciende palo santo, suena música relajante… ¿Es su estudio casi un templo? ¿Qué importancia tiene el ritual en el proceso creativo?
Mi estudio es un refugio sagrado, no por lo solemne, sino por lo íntimo. En él me recojo. El ritual me ayuda a atravesar el umbral entre la vida cotidiana y el espacio creativo. Es un momento muy íntimo donde me encuentro sola delante de una tela en blanco y, comenzando ese momento frente a ella, me reconozco y me desafío. Es un espacio de verdad absoluta, donde no existe el miedo ni la prisa, solo la necesidad de ser y de crear.

Dice que cada obra es como un hijo, ¿alguna vez ha querido “recuperar” una pintura porque sintió que se llevó más de lo que esperaba?
Sí, y no pocas veces. Hay obras que se llevan algo muy íntimo, como si atraparan un instante irrecuperable de mi vida. Las entrego, claro, porque también creo en el arte como un acto de generosidad. Pero hay cuadros que cuando se van dejan un eco, como una habitación recién vacía. He sentido incluso la necesidad de volver a verlos, tocarlos. Es un amor que no termina, solo cambia de forma.

Se inspira en lo que no se deja ver, ¿cómo enseña a sus hijos a observar el mundo desde esa misma mirada invisible?
Les invito al silencio, a sentir más que entender. Juntos observamos el cielo, las sombras, los colores en un árbol iluminado. Les enseño que hay cosas que no se ven con los ojos, sino con las emociones. En casa y en el estudio, pintamos sin juicios ni expectativas, solo con la ilusión de crear. Compartimos más que arte: compartimos miradas, risas y silencios con sentido. Cuando doy clases y mis hijos participan, se crea un pequeño universo donde todo es posible. Verlos expresarse con libertad es profundamente inspirador.

En alguna entrevista, ha citado a Monet, Renoir y Botero… ¿Qué cree que dirían ellos hoy si vieran sus obras colgadas en una galería?
Me gusta imaginar que Monet sonreiría al ver cómo trabajo la luz en mis horizontes, intentando captar esa vibración efímera que él supo hacer eterna. Renoir, quizá, reconocería en mis pinceladas el goce por lo matérico, como una metáfora de la vida. Turner, tal vez, vería en mis cielos la misma intención de disolver la forma para dar paso a la emoción y la atmósfera. Y Vermeer, con su dominio de la luz y silencios cotidianos, podría sentirse cercano a mi búsqueda de equilibrio. Me gustaría creer que, a su manera, todos entenderían mi pintura como una necesidad de mirar, transmitir y comprender.

Vive rodeada de belleza, pero ¿cómo maneja esos días en que la inspiración se esconde? ¿Cómo la hace volver sin forzarla? ¿Cómo es la rutina de un artista?
La inspiración es como una mariposa, que para mí tiene un gran sentido en mi vida: si corres tras ella, huye. Por eso, en esos días, simplemente respiro. Pinto aunque no sepa a dónde voy. Escribo y leo. Caminar y perderme en medio de la naturaleza o ir a ver el mar también ayuda. La rutina de un artista no es rígida, pero sí constante. Hay que presentarse cada día al lienzo, incluso cuando no llega.

Si pudiera invitar a tres personas, vivas o muertas, a ver una exposición suya íntima en su estudio, ¿a quién elegiría y por qué?
A mi yo de niña, para decirle que siga soñando, que los pinceles sí abren caminos. Sería una velada llena de fuego, ternura y promesas cumplidas. A un ser querido que ya no está con nosotros, porque fue la primera en enseñarme que los objetos guardan alma. Me encantaría tener cerca a personas con buena energía, personas valientes que convierten en arte el dolor y heridas en belleza.

¿Cuál ha sido el elogio más inesperado o emocionante que alguien le ha dicho sobre una de sus pinturas?
Una vez, alguien se quedó en silencio frente a uno de mis cuadros durante un buen rato. Al final, solo dijo: “Este cuadro me ha hecho llorar sin saber por qué. Gracias por recordarme que estoy vivo.” Ese momento me atravesó. Fue como si el arte hubiera tocado directamente el alma, sin pedir permiso. Por eso pintamos los artistas.

Si sus hijos, dentro de muchos años, decidieran colgar una sola obra suya en su hogar, ¿cuál espera que elijan y qué mensaje le gustaría que le transmitiera?
Espero que elijan una obra donde haya horizonte. Porque el horizonte es promesa, es camino, es misterio. Que vean en ella que la vida es siempre un lugar por explorar, y que su madre, con cada pincelada, intentó enseñarles a mirar más allá de lo evidente. Que el arte fue mi forma de amar, y que ese amor sigue vivo en sus paredes. Espero que eso ocurra algún día, que quieran tener un “Blázquez” en sus casas (sonríe).


Texto: Carlota Acuña
Fotos: Maddalena Menegon

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