17 Jul, 2025 | Blog

Desde 1875 y hasta hoy, la Confitería Riaño del Viso del Alcor ha estado en manos de una misma familia. Con este legado por bandera este año celebran su 150 aniversario, un hito extraordinario que pocos establecimientos pueden igualar.

El hecho de que la confitería haya permanecido en la misma familia un siglo y medio es un logro que sus propietarios destacan con orgullo: “Confiterías que tengan 150 años hay muchas, pero que sigan perteneciendo a la misma familia, creo que somos de las pocas”.

La historia de la Confitería Riaño está intrínsecamente ligada a su dulce más emblemático: el “pechugón”. Este pastel triangular, bañado en azúcar y con un relleno de cabello de ángel y canela, no es solo un manjar local, sino que su fama se remonta a épocas regias.

Al igual que las recetas de los pasteles han pasado de generación en generación, una curiosa e interesante anécdota también ha sobrevivido al paso de los años. En tiempos del rey Alfonso XIII fue nombrado caballero el entonces alcalde de la villa del Viso, y cuando su majestad el rey viajaba de cacería al Coto de Doñana, solía pedirle a su caballero, el alcalde, que no se le olvidaran los “pechugones” de Riaño.

Lo que distingue al “pechugón” y a todos los productos de Riaño es su fidelidad a la receta original de sus antepasados. “Lo que nos diferencia a nosotros es que hacemos la receta original de nuestros antepasados y que seguimos utilizando los mismos ingredientes, con la misma calidad”, afirman desde la confitería. Esta devoción a la tradición significa que el sabor no ha variado en más de 150 años.

El sello de Riaño reside en su inquebrantable compromiso con la calidad y la elaboración artesanal. Desde sus inicios en 1875 con la tía Salud, quien tenía un pequeño despacho en su casa de la calle Real, donde elaboraba y vendía sus dulces, hasta la séptima generación actual, la calidad de los productos y sabores no ha cambiado.

La continuidad familiar es la clave de este éxito. Aunque celebran 150 años desde la fundación de la confitería, afirman que las recetas son anteriores. La tía Salud legó sus recetas a su hijo Pepe Méndez y, al no poder este ceder el negocio a sus propios hijos, ya que se dedicaban a otros oficios, se lo pasó a su sobrino, el bisabuelo Carlos Riaño Méndez, quien representa la tercera generación de la familia.

Carlos se casó con Rosario Muñoz Santos y establecieron el obrador y la confitería en la calle Rosario número 43 hasta 1997, cuando el despacho se trasladó al número 41. En los años 40, sus hijos Manuela, Carlos y Rosario se hicieron cargo del negocio. A finales de los 70, los hijos de Manuela tomaron el relevo: Manolita en el despacho y José Manuel en el obrador, representando a la quinta generación.

Actualmente, las hijas de Manolita, Rosa y Pilar llevan el negocio, con el marido de Pilar, Gonzalo, en el obrador. Los hijos de estas dos hermanas trabajan también en la actualidad: Pilar y Ángela en el despacho, y Reyes y Tomás ayudando en fechas clave, conformando la sexta y séptima generación de la misma familia. La octava generación, con Carlos y Pepe, hijos de Reyes, ya está en el mundo y destinada a continuar el legado familiar.

Los miembros de la familia Riaño se han “criado en la confitería”, observando cómo trabajaban las generaciones anteriores y recibiendo una profunda inculcación de lo que la confitería significa y cómo deben tratarla. Existe un lema familiar que se cumple a rajatabla: “Tú puedes ser y estudiar lo que quieras, pero eres también confitero”.

Estos confiteros velan por su tradición familiar y, además del favorito de Alfonso XIII, entre las recetas más antiguas que ya elaboraba la tía Salud se encuentran las pastitas de almendra de varios sabores, los suspiros, los tostaditos o los alfajores, entre otros. En definitiva, pasteles que saben a casa.

La confitería siempre ha priorizado la calidad de los ingredientes, muchos de ellos de origen local. Se narra que los tocinos de cielo se hacían con tocino fresco que se compraba en la plaza de abastos; las calabazas para el cabello de ángel se obtenían de las huertas visueñas, al igual que las almendras, y la manteca venía en las pellas de cerdo.

Otro de los sabores característicos de esta confitería son las magdalenas, que también tienen su propia historia. Aunque siempre se comieron en la familia, no fue hasta los años 90 cuando se decidió comercializarlas de una forma única: en plancha grande, no en cápsulas individuales. Esta “bendita ocurrencia” las convirtió en un emblema del Viso del Alcor.

El 150 aniversario está siendo un año “muy especial”, que la familia Riaño vive con gran ilusión. La gente del pueblo los valora enormemente por haber logrado mantenerse en el tiempo y, sobre todo, por haberlo hecho en la misma familia, algo poco común en negocios tan longevos.

Para conmemorar esta fecha, la confitería ha lanzado unas latas conmemorativas diseñadas por el artista local Ricardo Jiménez Ruiz, inspiradas en los azulejos de la Plaza de España de Sevilla y con unas vistas de la Parroquia de Santa María del Alcor desde la Huerta Abajo. También se ha rediseñado todo el embalaje para dedicarlo al pueblo del Viso y a sus antepasados, incluyendo los monumentos más emblemáticos de la villa.

Además, este aniversario ha sido el marco para un paso significativo: la apertura de un nuevo despacho de Riaño en la localidad vecina de Mairena del Alcor. Esta expansión ha sido recibida con gran entusiasmo, ya que muchos clientes de Mairena ya conocían y compraban sus productos. Con el éxito de esta nueva aventura, la confitería no descarta “nuevas aperturas” en el futuro.

Mirando hacia adelante, el deseo y el compromiso son claros: “Esperamos como mínimo otros 150 años”. La Confitería Riaño es un ejemplo de cómo la dedicación familiar, la calidad inalterable y el respeto por la tradición pueden construir un legado que perdura y endulza la vida de muchas generaciones.

Texto: Fernando Copete
Fotos: Archivo familia

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