ARTISTA: «VIVIMOS UNAS DÉCADAS DE AUTÉNTICO RENACER EN EL ARTE SACRO»
Las puertas de la Basílica de la Esperanza Macarena se abren para presentar a un artista que engrandece aún más, si cabe, el nombre de la Santísima Virgen. Manuel Peña ha sabido forjarse como un pintor incansable, un artesano del tiempo que transforma pigmentos y dorados en oración. Desde niño, cuando copiaba en el suelo la imagen de la Esperanza, descubrió que el dibujo sería siempre su juego; y de su abuelo heredó el respeto por una tradición cultural que lo llevó a contemplar el arte con la misma devoción con la que se reza.
Hoy, tras un camino que lo condujo de Sevilla a Roma y lo situó a solas bajo la inmensidad de la Capilla Sixtina, es un artista que entrelaza realismo y barroco con técnicas casi olvidadas, devolviendo vigor a un lenguaje ancestral. Con obras como la decoración del antecamarín de la Macarena, confirma que el arte sacro no es un vestigio del pasado, sino un terreno fértil donde lo eterno se renueva con cada pincelada.
¿Cómo nació su interés por la pintura y el arte sacro?
Ya desde pequeño, en la escuela primaria, los maestros, así como mis familiares, notaban una gran devoción por el tiempo que le dedicaba a hacer trabajos manuales. Pasaba horas y horas coloreando y dibujando, sin prestar atención a los juegos típicos de la niñez. Dibujar era mi juego, mi pasatiempo. De hecho, el primer recuerdo que tengo de mi infancia es estar dibujando en el suelo, “intentando” copiar una fotografía de la Esperanza Macarena (mi devoción y la de mi familia); tendría unos cinco años.
Mi abuelo, cada Cuaresma, solía obsequiarme con los típicos pasitos de Semana Santa, en los que yo colaboraba con él en su realización, dentro de las posibilidades de un niño. A la figura de mi abuelo le debo, en parte, que yo sea artista, pintor y me enfoque especialmente en el arte sacro. Era un hombre que supo transmitirme sensibilidad por las tradiciones de Sevilla, así como respeto y amor hacia nuestra cultura. Ahí, en esa etapa de mi niñez, comenzaron a desarrollarse los sentimientos que, en parte, son mucho de lo que hoy soy como artista y persona.
Su obra combina realismo y elementos barrocos con dorados y temple al huevo, técnicas casi olvidadas. ¿Qué le atrae de esa mezcla?
Siempre he tenido una especial fijación por lo antiguo, especialmente por sus técnicas. Pienso que no deben quedar en el olvido, pues en mi caso juegan un papel muy importante. Fue en la Escuela de Artes y Oficios donde descubrí y me interesé por la técnica del dorado y el estofado en oro, así como por el temple al huevo. Desde entonces, no he dejado de estudiar y desarrollar estas difíciles técnicas, observando las obras de los grandes genios y estudiando pigmentos naturales y su comportamiento. A través de colaboraciones con diferentes escultores contemporáneos, desarrollé la técnica en toda su plenitud, rescatando el binomio perdido del barroco entre pintura y escultura. No hay que olvidar que antaño cada artista tenía su parcela: el pintor era encargado de dar vida mediante el color y la decoración, si era necesario, a las grandes obras escultóricas que hoy admiramos. Por ello, el estofado en oro y el temple al huevo son las técnicas que más desarrollo actualmente y que fusiono en mi obra, pues aportan una riqueza excepcional a la misma.
La decoración pictórica del antecamarín de la Macarena ha sido uno de sus hitos. ¿Qué supuso para usted ese proyecto y qué mensaje quiso transmitir?
Nunca había podido imaginar ni ansiar realizar un trabajo de esta magnitud en un espacio tan sagrado, importante no solo para mí, sino para Sevilla. En él se unieron dos pilares fundamentales: mi devoción a la Santísima Virgen de la Esperanza y mi devoción por el arte.
Como artista, ya sentía la necesidad de manifestar mi pintura en gran formato, alcanzar lo que considero la verdadera demostración de un pintor. Comprendía, al iniciar tal proyecto, la enorme responsabilidad y el gran privilegio que suponía. Desde el comienzo hasta la finalización, mantuve el mismo respeto por la tarea encomendada, sin miedo. Decidí realizarlo siguiendo el modelo de las decoraciones murales del Cinquecento italiano, usando la antigua técnica del temple al huevo (pigmentos naturales diluidos en huevo), que llevo años practicando y estudiando. Solo el diseño y la estructuración del espacio me llevó un año.
Quise volcar todos mis conocimientos y traer el estilo aprendido en Italia, del Renacimiento, uniendo el sentido estético con el poético. Toda la sala habla al espectador y sirve de catequesis para prepararlo al encuentro con la Santísima Virgen en su camarín. Cada figura, motivo y decoración está cargada de simbolismo, con intención clara, no por azar. Esta obra no podía quedarse solo en una técnica depurada o en una buena ejecución: debía tener alma. En definitiva, estas pinturas son una demostración de amor a la Virgen.
¿En qué está trabajando actualmente para la Hermandad de la Macarena?
Actualmente realizo la decoración mural de la otra sala del Camarín de la Virgen de la Esperanza, la que yo llamo “sala hermana” del antecamarín. Una vez finalizada, pasaré a un proyecto aún más ambicioso: la decoración del muro frontal (el acceso al Camarín) de la conocida Capilla Chica, que une la Basílica con la parroquia de San Gil. Todas las decoraciones seguirán el mismo patrón estilístico y técnico: temple al huevo.
¿Qué papel tienen las hermandades para la continuidad del arte sacro y de técnicas y estilos pasados? ¿Son los nuevos mecenas?
Efectivamente, las hermandades juegan un papel muy importante para el artista dedicado al arte sacro. Se podría decir que sí, son los nuevos mecenas de nuestra época, ya que sus encargos para engrandecer el patrimonio generan trabajo para todo un gremio y fomentan la conservación y enriquecimiento del mismo. También actúan indirectamente como puente, permitiendo que la obra llegue a coleccionistas o aficionados que encargan piezas para su colección privada.
¿Qué papel juega Sevilla y su entorno cofrade en su inspiración diaria?
Sevilla es una fuente de inspiración para un artista. Y para un sevillano, esa dosis es casi imprescindible.
¿Cree que el arte sacro actual está viviendo un renacimiento o sigue siendo un nicho muy reducido?
Desde mi punto de vista, el arte sacro actual cuenta con un rico abanico de artistas y artesanos, así como con una buena “cantera” que asegura su continuidad. Andalucía, en general, posee grandes artistas en distintas disciplinas que, con cada obra, ensalzan este legado. Pintores, escultores, diseñadores, restauradores y artesanos elaboran piezas con técnicas antiguas que se convierten en verdaderas obras de arte. Vivimos unas décadas de auténtico renacer en el arte sacro.
¿Qué ha supuesto para usted Roma?
Un auténtico descubrimiento: poder apreciar, estudiar y deleitarme con obras pictóricas y escultóricas que años atrás veía en los libros de arte. Tenerlas tan cerca de mis ojos fue el mayor estudio. Roma es una ciudad que rebosa arte a cada esquina, enigmática, misteriosa, mágica. Visitarla y pasar tiempo en ella supone un aprendizaje y una educación visual inmensa; pienso que es el paraíso soñado por todo artista, la cuna del arte.
¿Y la Capilla Sixtina?
En cuanto a la Capilla Sixtina, ha sido uno de los mayores regalos que me ha dado la vida. Estar a solas en ella, poder estudiar al detalle, acompañado solo de mi bloc y lápiz, situarme en el centro bajo ese techo que cuenta y habla tanto, y que nos da testimonio de hasta dónde puede llegar un ser tocado por lo divino, como lo estuvo Miguel Ángel y otros grandes, es un regalo que siempre agradeceré.
Tuvo la oportunidad de entregar personalmente al Papa Francisco una obra de Santa Mónica. ¿Cómo vivió el momento ante su Santidad?
Fue un momento muy importante, tanto en lo profesional como en lo personal. Lo viví con gran emoción. Cuando supe de la posibilidad de realizar una obra cuyo destino iba nada menos que a las manos de su Santidad, no cabía en mí la emoción. Toda la realización de la obra estuvo cargada de ilusión y contó con el seguimiento de mis queridos frailes agustinianos de la orden del mismo nombre in Campo Marzio, en Roma. La mañana de la entrega en audiencia la recordaré siempre, al igual que la generosidad y aceptación de Francisco al recibirla, observando y acariciando el presente con admiración. Además de su agradecimiento y bendición, se dirigió a mí citándome unos famosos versos de San Agustín: “Ama et quid vis fac”.
¿Qué obra considera su “pintura soñada” que aún no ha podido realizar?
He de decir que no tengo ninguna en mente. Anhelaba poder manifestar mi pintura en un gran espacio y a gran envergadura, y el destino me ha permitido decorar importantes estancias como las de la Basílica. El contexto o discurso de la representación es lo de menos; intento volcarme de lleno en cada encargo que recibo.
Texto: Fernando Copete
Fotos: Jorge Cabrera