EL ARTE DE MONTAR EL BELÉN
Cuando se acerca la Navidad, hay una luz que no depende solo de las calles engalanadas ni de los villancicos. Late en los nacimientos que llenan casas, parroquias y escaparates, pequeñas obras de arte efímero que hablan de fe, de memoria y de belleza. Quien mejor lo sabe en Sevilla es Antonio Arias, presidente de la Asociación de Belenistas de la ciudad, que lo resume con una frase que es toda una declaración de principios: “El belén de por sí es arte, tradición, cultura y religiosidad”.
No es, insiste, una simple ornamentación navideña: “El belén no es solo una decoración: es una obra efímera que combina escultura, pintura, arquitectura, iluminación y paisajismo en una composición narrativa”. Una definición que sitúa al belenismo en el territorio de las artes mayores, como un diorama vivo que cuenta una historia ancestral y, al mismo tiempo, profundamente actual.
EL BELÉN COMO ARTE
El belén ha recorrido un largo camino desde aquellos montajes domésticos sencillos, levantados con corcho, papel de plata y figuras heredadas. Hoy, explica Arias, “ha pasado de ser una práctica doméstica sencilla para convertirse en una disciplina artística con técnicas avanzadas”. Habla de resinas, pigmentos naturales, sistemas eléctricos sofisticados, efectos de agua y una cuidada escenografía que atiende a la perspectiva, la profundidad y el realismo.
La evolución, precisa, se apoya en dos pilares: “Por un lado, en la incorporación de nuevos materiales, y por otro lado, en la búsqueda y acceso a la información de lo que se quiere representar”. El belenista ya no improvisa: estudia el contexto histórico, el paisaje, las arquitecturas de la época y los detalles costumbristas para construir escenas verosímiles y cargadas de sentido.
En ese camino, la innovación también ha llamado a la puerta de los nacimientos: “Como expresión artística que es, el belenismo viene marcado por las últimas innovaciones, tanto en materiales como en tecnologías, incluida la inteligencia artificial, impresión 3D, realidad virtual, etc., las cuales, bien usadas, ayudan a alcanzar grandes objetivos”, señala Arias. No se trata de sustituir la mano del artesano, sino de poner la tecnología al servicio de él.
EL CORAZÓN DEL BELÉN
Pese a estas transformaciones, la esencia permanece intacta. Para Antonio Arias, hay algo innegociable: “Lo primero y primordial, la representación de la Sagrada Familia (Jesús, María y José) en el centro del belén, de forma que la primera mirada se vaya al Niño Jesús”. Alrededor de ese núcleo sagrado se construye el universo narrativo: la vegetación, la animalística, las construcciones, los personajes del pueblo y, cómo no, los Reyes Magos, a quienes destaca “bien adorando o a camello”. La vida del belén se sostiene en una escenografía coherente, con perspectiva y profundidad, y en una naturaleza que parece respirar: musgos, árboles, agua que fluye, figuras expresivas y bien proporcionadas. Todo está pensado para provocar, en palabras de Arias, “ese sentimiento, ese pellizco o tirón que quieres provocar” en quien contempla la escena.
EL ARTESANO, ALMA DEL NACIMIENTO
Detrás de cada montaje hay horas de trabajo silencioso y de oficio aprendido. “Los artesanos belenistas son el alma del belén: su dominio de la escultura, pintura y composición define la calidad”, afirma. Los materiales nobles —madera, barro— contribuyen a la durabilidad y al realismo, pero es la mano del creador la que da vida a cada pieza.
Arias lo resume: “Un buen belén se reconoce por la textura, el color y la proporción, fruto del trabajo manual y la creatividad”. Y añade un matiz que habla de territorio: “Afortunadamente, tanto en Sevilla como en Andalucía, contamos con grandes escultores belenistas y artesanos”. Esa riqueza de manos y miradas convierte a la ciudad en uno de los grandes referentes del belenismo.


EL DESAFÍO DE EMOCIONAR
Diseñar un belén desde cero es, para él, un reto artístico completo. “Lograr armonía entre escala, perspectiva y narrativa” es, dice, el gran desafío. Cada elemento —arquitectura, paisaje, figuras— debe integrarse en una escena coherente, sin saturaciones ni vacíos innecesarios. A ello se suma la lucha contra el reloj: “Equilibrar el tiempo disponible con la complejidad técnica es un desafío constante”.
Pero todo cobra sentido en un instante muy concreto: “Cuando ves la cara del espectador, y sobre todo de un niño, llena de satisfacción o con una lágrima en su rostro, entonces es cuando ese desafío creativo se puede decir que se ha conseguido”. Ahí, en esa emoción íntima, el belén deja de ser un conjunto de materiales y se convierte en experiencia.
TRADICIÓN, EDUCACIÓN Y FUTURO
Lejos de ser una costumbre estática, el belén es también una escuela de valores. Arias recuerda que se trata de una tradición “con más de 800 años de antigüedad, iniciada por San Francisco de Asís”, y subraya su dimensión formativa: la transmisión de la fe, la educación artística en escultura, pintura y diseño, el trabajo en equipo, la creatividad, el conocimiento histórico y geográfico. Todo ello refuerza, subraya, “valores como paciencia, cooperación y respeto por la cultura”.
Hay un aspecto especialmente hermoso: “la transmisión de generación en generación, de abuelos a padres y de éstos a nietos”. En torno al belén se crean relatos familiares, se aprenden gestos, se heredan figuras y se perpetúa una manera muy nuestra de vivir la Navidad.
LA LABOR DE LA ASOCIACIÓN Y EL BELÉN SEVILLANO
La Asociación de Belenistas de Sevilla trabaja para que esa llama no se apague. “Lo principal que realizamos para mantener viva esta costumbre es tener actividades durante todo el año”, explica Arias. Cursos de belenismo, talleres, ponencias, jornadas técnicas… Y cuando llega la campaña de Navidad, un despliegue que ya forma parte del calendario sentimental de la ciudad: “pregón y cartel de la Navidad de Sevilla, guía de nacimientos, concurso de belenes y de fotografía, exposición de belenes al público”, además de la participación en congresos andaluces y nacionales, exposiciones y publicaciones.
¿Existe un belén sevillano? Arias responde con matiz: “Quizás podríamos hablar de un tipo de belén sevillano o andaluz”. Lo define como aquel que, con un decorado realista de estilo habitualmente hebreo, incorpora “guiños costumbristas andaluces” y cuida con mimo cada detalle: colorido, textura, iluminación, vegetación, atrezzo… “todos ellos buscando aportarle vida propia a todo lo que se muestra”.
En esa búsqueda de vida, de luz interior, Sevilla encuentra en el belén un espejo de sí misma: apasionada, devocional, artesana y profundamente creativa. Y mientras haya manos dispuestas a modelar barro y corazones dispuestos a emocionarse ante nuestro Dios recién nacido, el belenismo, como asegura Antonio Arias, seguirá siendo arte, tradición, cultura y religiosidad… y uno de los lenguajes más bellos con los que esta ciudad celebra la Navidad.
TEXTO: FERNANDO COPETE FOTOGRAFÍA: CEDIDAS POR LA ASOCIACIÓN DE BELENISTAS DE SEVILLA



















