La Sierra al norte, majestuosa y protectora; la vega en el centro, fértil y serena; y la Campiña al sur, de suaves colinas. La villa de Lora del Río se encuentra en el corazón de este enclave privilegiado de la provincia de Sevilla y se antoja eterno el sentir de sus calles blancas, representando la conjunción perfecta entre tradición andaluza e historia.
Rincones de una belleza aún por descubrir para muchos y para otros tantos que, aunque conocedores de este pueblo, aún les quedan en el tintero muchos rincones únicos de una arquitectura llena de historia o senderos vírgenes perfectos para perderte a pie o a caballo y sentir el pulso auténtico de la tierra.
Sus orígenes se pierden en la Edad del Bronce, con las enigmáticas huellas del poblado tartésico en la Mesa de Setefilla, allá por el 1700 a. C., seguidas por asentamientos ibéricos en el núcleo actual y los alrededores. La llegada de los romanos a finales del siglo III a. C. transformó a Lora en Axati, un nombre que evoca a campos de olivos y la prosperidad del aceite que ya se exportaba en la época, elevándola al rango de Municipium Flavium.
Aunque velada por el tiempo, la época visigoda dejó también su impronta. El propio nombre de “Lora” se dice que podría guardar el aroma de los laureles de entonces, según algunas teorías.
La Lawra árabe fue un bastión de defensa y un centro vital, hasta que la espada de Fernando III la abrazó en 1247, entregándola a la noble Orden Militar de San Juan de Jerusalén o de Malta. Bajo su tutela, se forjó un señorío con Lora a la cabeza, plasmado en la Carta Puebla de 1259. Y es en este tiempo de transición cuando nace la profunda devoción a la Virgen de Setefilla, patrona de la villa.
De aquella época se conservan el castillo y las murallas, fortificados en época árabe, que siguen siendo guardianes de aquellos días. Y el siglo XVIII marcó un apogeo de esplendor, un florecimiento arquitectónico que legó a Lora sus edificios más emblemáticos que hoy se conservan.
Perderse por las calles de Lora es un viaje para los sentidos que comienza en la Plaza de Santa Ana, corazón del pueblo, y que acoge la antigua ermita del XVIII, hoy centro cultural que resguarda la memoria en su Archivo Histórico. A su vez, el Convento de la Limpia Concepción se alza con su arquitectura serena, un espacio de recogimiento con detalles barrocos y el escudo de la familia fundadora grabado en la cúpula.
La Casa de las Columnas o Casa de la Virgen, terminada en 1771, es una expresión de nobleza dieciochesca. Su fachada de ladrillo y piedra gris, con su portada de mármol blanco y columnas toscanas, esconde un patio interior, hoy sede de la Hermandad Mayor de Nuestra Señora de Setefilla.
El paseo continúa por la Plaza de Andalucía, a la que da vida a diario el Mercado de Abastos, una joya modernista de 1910 diseñada por el genial Aníbal González. Por su parte, la Plaza de España se encuentra coronada por el imponente Ayuntamiento que se construyó entre 1753 y 1761. De estilo dieciochesco barroco, es un conjunto armónico donde la piedra, el barro cocido y la Torre del Reloj son testigos de la villa.
Otro de los enclaves en los que detenerse es el Palacio de los Leones, del siglo XVIII, espacio lleno de elegancia y pasado, convertido hoy en un espacio exclusivo de hospedaje para el visitante.
El paseo no puede pasar por alto las iglesias, que son guardianas del alma loreña. La Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, con su silueta gótico-mudéjar, iniciada en el siglo XV y reformada hasta el XIX, luce una torre emblemática y guarda en su interior tesoros de arte y orfebrería que abarcan siglos de devoción, incluyendo un valioso tríptico del XV.
La Iglesia de Nuestro Padre Jesús Nazareno, obra maestra del barroco sevillano, proyectada por Diego Antonio Díaz y construida entre 1733 y 1764, deslumbra con su cúpula decorada y el dominio del ladrillo limpio en su fachada.
Otro alto en el camino son los restos del Castillo romano-árabe de Setefilla, con su torre del homenaje. Y de estos restos al Castillo de Lora, el primitivo emplazamiento, es un tell, una colina artificial que esconde bajo sus capas los secretos de la Edad del Bronce. De ahí a cruzar el Puente del Churre, de origen romano, que cruza el arroyo y parece unir épocas. Y para los amantes de la naturaleza que buscan un remanso, la Zona Recreativa de la Matallana, a un paso del pueblo, ofrece un pulmón verde de pinos y encinas.
Uno de los puntos más importantes del paseo no puede ser en otro enclave que en el que encierra toda la fe de este pueblo. A doce kilómetros, en un abrazo de naturaleza serrana, espera el Santuario de Nuestra Señora de Setefilla. Un edificio que combina vestigios mudéjares del siglo XV con importantes reconstrucciones barrocas del siglo XVIII. Este templo, con tres naves y un altar mayor de hacia 1730, es el corazón del culto a la patrona de la villa.
Cercano a un recinto amurallado donde se funden trazas islámicas, romanas y aún más antiguas, y que aguarda la devoción a María Santísima de Setefilla. Esta fe hunde sus raíces en la Edad Media, originada por la labor de la Orden de San Juan del Hospital en la zona a mediados del siglo XIII. La iglesia erigida por la Orden en el primitivo poblado de Setefilla fue dedicada a Nuestra Señora bajo la advocación de la Encarnación, y una imagen gótica de la Virgen con el Niño se convirtió en el foco del fervor. Setefilla se transformó en el principal centro religioso de la zona.
Un hito fundamental fue el voto solemne del Concejo de Lora para peregrinar a Setefilla cada 25 de marzo, día de la Encarnación. A pesar de la despoblación del poblado de Setefilla en 1534, la devoción perduró, y Lora asumió el protagonismo. Se renovó el voto de marzo y comenzó la práctica de trasladar la imagen a Lora en momentos de necesidad, lo que impulsó la creación de la Cofradía (hoy Hermandad Mayor) a mediados del siglo XVI.
Estos conmovedores traslados al pueblo, que se conocen como “Idas y Venidas” de la Virgen a Lora, documentados desde el siglo XVI, son momentos cargados de simbolismo y emoción, y han sido merecidamente declarados Fiesta de Interés Turístico Nacional de Andalucía, reconociendo su valor cultural y espiritual único. Y sin duda, el día clave en el calendario devocional es el 8 de septiembre, que pasó de ser una feria a la fiesta principal y romería en honor a la Natividad de la Virgen desde el último tercio del siglo XVI.
La Virgen de Setefilla es hoy un símbolo que une e iguala a generaciones y generaciones de loreños, heredera de una rica tradición histórica y espiritual, que fue coronada canónicamente el 8 de septiembre de 1987, venerada por fieles de la comarca y más allá.
Estas fechas claves marcadas por la patrona no son las únicas en las que Lora se viste de fiesta y en las que el visitante se sumerge en la tradición. La magia de los Reyes Magos abre el año, seguida por el sabor de las migas que, en torno a la festividad del patrón de la villa, San Sebastián, se celebra un encuentro en el que se hacen migas gratis para centenares de personas.
Las Candelarias recuperan el calor de las hogueras y la unión vecinal a finales de enero, y de ahí a la Cuaresma y la Semana Santa, que se vive con intensidad. Con cuatro Hermandades que llenan las calles de fervor y arte: la alegría del Domingo de Ramos con la Borriquita, la solemnidad del Miércoles Santo con Nuestro Padre Jesús, la pasión del Viernes Santo con el Cristo del Amor y el Perdón, y el respeto del Sábado Santo con el Santo Entierro.
De la solemnidad de la Semana Mayor a la alegría de la Feria de Lora del Río, nacida como mercado franco por Real Despacho en 1819, es hoy un espectáculo de luz y color. A final de mayo, la Feria se convierte en el epicentro de la tradición de Lora con sus casetas, sus mujeres de flamenca y el elegante paseo de caballos. El ambiente es de pura alegría y hospitalidad, donde el visitante siempre es recibido con los brazos abiertos.
Y a Lora pertenecen los poblados del Priorato, Setefilla y el Veredón del Acebuchal, donde mayo florece con la Romería y Feria de San Isidro en El Priorato, y junio trae la Feria de Setefilla y las fiestas en el Veredón.
Junio también llega con el Corpus Christi a Lora, pero la fiesta cumbre, la que mueve el alma loreña, es el 8 de septiembre, día de Nuestra Señora de Setefilla. Y el año festivo se despide en noviembre con el Concurso de Pintura Rápida, donde el arte captura la esencia de la villa en este consolidado concurso.
No puede terminar este paseo sin probar los caracoles, los espárragos trigueros y de campo, las gachas con coscurros, los sopeaos, las sopas hervidas o las migas del pastor, y descansando en el ya mencionado Palacio de los Leones o en el Hotel El Álamo.
Lora del Río invita a descubrir sus secretos, a caminar por sus calles con historia, a emocionarse con sus tradiciones y a dejarse envolver por la calidez de su gente. Un lugar donde el pasado se une al presente y donde la historia se une a la tradición para enamorar al visitante.
Texto: Fernando Copete
Fotos: Ayuntamiento