Parece mentira que una frase pronunciada en el siglo primero antes de Cristo tenga toda la actualidad del mundo. El contexto no era otro que el ánimo del personaje por tomar por la fuerza el Senado romano.
Hoy la situación es otra, hoy tenemos que contemplar con decepción en los medios de comunicación cómo día tras día se suceden bombardeos, discursos condenados a la más absoluta de las estupideces y, a nivel nacional, a cada minuto, un nuevo caso de corrupción que salpica a la mayoría de los niveles del gobierno.
¿Tenemos lo que nos merecemos? Esa es la gran pregunta que se hace el ciudadano a día de hoy. ¿La respuesta? Probablemente, cada uno tendrá la suya, sin embargo, en estas letras opto por plantear que sí.
Lo que sí parece más objetivo que lo anterior es que, de alguna manera u otra, como ciudadanos hemos decidido claudicar. Claudicar ante la pereza, claudicar ante el tirarnos a la piscina, claudicar ante Catilina. Sí, Catilina no es alguien que se quedara en el Senado en Roma. Catilina es el conformismo en el que se ve sumida la sociedad del siglo XXI. Hemos renunciado a tomar partido por las cosas, mejor dicho, a tomar tal partido por las cosas que somos conducidos a asumir que las cosas son así y punto. Optamos por una idea y admitimos esa idea por inamovible renunciando a ver las aristas, y muchas veces las otras caras, que tiene la realidad. Nos hemos autocondenado a ser de un partido político, de un equipo de fútbol, de una hermandad, y cada vez estrechamos más el círculo llegando a ver la realidad y el mundo de una manera absolutamente parcelada. Nos ha vencido el miedo a reconocer los errores. Nos ha vencido el miedo a declararnos rebeldes sin causa. Nos hemos vencido nosotros a nosotros mismos.
¿La corrupción? Sí, está ahí, y lo seguirá estando. O acaso yo no soy corrupto en lo que puedo. El problema de la corrupción no es que exista, el problema de la corrupción, y de cualquier otro problema en la vida, es que nos negamos a enfrentarlo, a pasarle factura.
¿La guerra? Sí, está ahí, y lo seguirá estando. O acaso yo no hago guerra de lo que puedo. ¿No nos esmeramos en buscar los tres pies al gato cuando no los hay? La solución no es “todo está mal porque fíjate el otro cómo es y lo que hace”. La solución es “voy yo a mirarme a mí mismo y a poner mi granito de arena”.
En España vivimos tiempos convulsos en cuanto a la actualidad política, sin embargo también se ve cómo ciertas personalidades o partidos se aferran a sus sillones pese a todo y a todos. Aferrarse a un sillón no es más que el análogo de aferrarse a un voto. En el mundo nos despertamos casi día a día con la noticia de una guerra y eso no es otra cosa que el reflejo a gran escala de negarle el saludo a un compañero de trabajo, airear las vergüenzas de tu expareja, hacer una montaña de un grano de arena o enjuiciar a la gente a la primera de cambio.
¿Quiénes nos hemos creído?¿Quiénes nos hemos creído para constantemente echar balones fuera, para no mirarnos a nosotros mismos?
Dios libre al que escribe estas líneas de darle, querido lector, lecciones de moral. Quizá estas funcionen más bien, no como un reproche, sino como un retrato ante el espejo. Bendita autocrítica, bendito pensamiento crítico y bendita duda.
El Senado, la cabeza del mundo, ha caído ante la guillotina de la certeza, de mi certeza, de mis seguridades y de mis juicios. Sin embargo, los que hemos hecho bajar la cuchilla hemos sido nosotros mismos, acompañados del miedo, la pereza, la certeza, el conformismo, de la paciencia.
Qué pena, Cicerón, no hemos aprendido nada. Hasta cuándo, Catilina, seguirás abusando de nuestra paciencia.
Texto: Enrique Galán