EMPRESARIA: «PUEDO DECIR QUE TODO LO QUE SE CONOCE HOY EN DÍA DEL CATERING MODERNO LO INTRODUJE YO»
Rocío Gandarias es pionera indiscutible del catering de lujo en España, redefiniendo el arte de la gastronomía y la organización de eventos. Rocío Gandarias, nacida en Bilbao hace más de ocho décadas, ha hecho de su vida un testimonio de superación y dedicación. Fue ella quien introdujo gran parte de lo que hoy se entiende por catering de alta calidad, transformando cada celebración en una experiencia única y sofisticada. Su enfoque innovador y su inquebrantable compromiso con la excelencia la distinguen como una verdadera visionaria en el sector.
Su camino comenzó a finales de los años setenta, tras su divorcio, quedando al cuidado de sus ocho hijos. Fue entonces cuando fundó el reconocido catering La Cococha y transformó su hogar en la calle Hermosilla en una bulliciosa cocina donde, con la ayuda de sus hijos, preparaba banquetes para miles de personas, introduciendo una filosofía de lujo, detalles cuidados y un servicio profesional que era inédito en Madrid.
Este enfoque la llevó a organizar inauguraciones de gran envergadura como el Museo Thyssen y el Reina Sofía, así como eventos en la Bolsa de Madrid, ministerios y palacios históricos. Su clientela incluía personalidades de la talla del Rey Juan Carlos y Emilio Botín, quienes confiaban plenamente en su criterio y buen hacer.
Hoy en día, Rocío Gandarias sigue al frente de Catering La Cococha, gestionando la histórica Quinta de La Muñoza en Madrid, un espacio con alma que fusiona la elegancia del siglo XIX con un fuerte compromiso social. Propiedad de la Fundación A LA PAR, esta finca no solo es escenario de bodas y grandes eventos, sino que también promueve la inclusión de personas con discapacidad intelectual, un valor que Rocío integra en su visión de negocio.
Este mes de septiembre recibirá el Galardón Grupo Vaguada a la Trayectoria Profesional, un merecido reconocimiento a una vida de esfuerzo y éxito. Comparte galardón con organizaciones como la UNESCO, VIDE, Fundación Miguel Angel Blanco y Rafa Nadal. Así como, otras personalidades destacadas como son Irene Villa, Carmen Quintanilla y Margaret Chen. Con este motivo, nos sumergimos en una interesante conversación con Rocío Gandarias, una persona inigualable.
Lo primero es darle la enhorabuena por el reconocimiento a su trayectoria profesional. ¿Qué significa para usted?
Me hace muchísima ilusión, porque he trabajado muy duro durante toda mi vida y este tipo de reconocimientos son un orgullo. Además, creo que recibir medallas en vida tiene un valor mucho mayor que recibirlas póstumamente, porque así puedes disfrutar del reconocimiento y compartirlo. Yo nunca había trabajado hasta que me quedé sola con ocho hijos, y no tuve más remedio que hacerlo. Fue una situación complicada y lo único que encontré viable fue dedicarme al mundo del catering y los eventos. Si no me hubieran ayudado mis hijos, nunca lo habría logrado, pero ellos entendieron enseguida que tenían que ayudar.
¿Cómo comenzó todo?
Al principio empecé en mi propia casa, preparando tartas por encargo para algunos restaurantes. Poco después, una amiga me pidió que organizara una fiesta. Lo hice sin tener experiencia, y de ahí surgió todo. A base de mucho trabajo, constancia y esfuerzo me fui abriendo camino. Empecé introduciendo ideas y formas de hacer que hasta entonces no se habían visto. Por eso puedo decir que todo lo que se conoce hoy en día del catering moderno lo introduje yo: era una forma distinta de presentar la comida, de organizar los eventos y de entender el servicio.
¿Cómo consiguió diferenciarse y convertirse en pionera en este sector?
En ese momento había apenas cuatro caterings en Madrid, y todos trabajaban de manera muy distinta a la mía. Yo aposté por un “buen hacer”: ofrecer calidad real en los platos, cuidar los detalles y, además, introducir a la mujer en un ámbito que en Madrid estaba dominado por hombres. En Bilbao había más presencia femenina, pero en la capital no era habitual, y yo abrí ese camino para que trabajaran tanto hombres como mujeres.
También fui pionera en otros aspectos. Traje un uniforme distinto, que en Madrid no se había visto nunca, y aposté por una comida muy casera y cuidada, pero presentada de forma elegante. Incorporé manteles diferentes, vajillas y fuentes de calidad, cubiertos de plata… Detalles que hasta entonces no se utilizaban en los eventos y que marcaron la diferencia. Ese estilo fue el que empezó a atraer a la gente, y muy pronto organizábamos eventos todos los días. Fue un auténtico “boom”.
Organizó actos de altísimo nivel, como la inauguración del Museo Thyssen o del Reina Sofía.
Sí, inauguré prácticamente todo lo que hoy conocemos en Madrid. Organicé la iluminación completa del Palacio del Escorial, de la Granja y de todos los palacios que había alrededor. También inauguré la Bolsa, en una época en la que allí no se celebraba ningún evento, y trabajé en todos los ministerios, en el Círculo de Bellas Artes y en muchísimos lugares más.
Todo lo consiguió a base de mucho esfuerzo y trabajo.
Así es, todo lo levanté prácticamente sola. Me pasaba días y noches enteras trabajando. Mis hijos me ayudaban, aunque tenían que ir al colegio, y a veces incluso los amigos venían a buscarlos y yo decía: «No pueden ir. Antes tienen que ayudarme a hacer todas las croquetas», que no eran cien, sino cinco mil o seis mil. Todo funcionaba así: grandes cantidades, mucho esfuerzo, pero siempre con un estilo muy casero y con dedicación absoluta.
¿Cómo ha cambiado el mundo de los eventos desde que usted empezó?
Ahora todo gira alrededor del dinero. Antes, si un cliente me pedía algún extra, yo lo hacía sin pensar en comisiones ni intereses. Hoy todo funciona con la lógica del “si me das, te doy”, y esa relación comercial ha sustituido la confianza entre cliente y profesional. Me parece fatal, porque en mi época la confianza era clave: la gente se fiaba de tu criterio, de tu buen hacer, y no todo se reducía a una cuestión económica.
¿Cree que ese buen hacer se está perdiendo?
Sí, por desgracia se está perdiendo. Hoy en día la gente exige mucho. Es cierto que algunos proveedores ofrecen materiales excelentes, pero se han perdido las formas y los modales. La refinación y la presentación cuidada, que son esenciales en un buen evento, apenas se ven. Yo sigo creyendo que el verdadero valor está en el detalle, en la elegancia y en la actitud: saber dónde estás, cómo te comportas y qué transmites. Eso es lo que marca la diferencia entre un evento correcto y uno realmente de calidad.
¿A qué se dedica actualmente?
Sigo trabajando, aunque ya no al ritmo de antes. No puedo estar dieciséis horas al pie del cañón, pero tampoco quiero jubilarme. La palabra jubilación me parece asociada a la pereza. Creo que la juventud de hoy tiene menos ganas de esforzarse y cuesta mucho encontrar buenos profesionales. Muchas de las personas que trabajan conmigo llevan treinta o cuarenta años a mi lado, y eso es un tesoro.
Texto: Fernando Copete
Fotos: Gerardo Morillo