“EN UN MUNDO ABSOLUTAMENTE CONTAMINADO POR EL RUIDO, QUIZÁS EL FOLIO EN BLANCO, EL SILENCIO, SEA EL MENSAJE MÁS IDÓNEO”
Hay meses que me enfrento a la ansiosa blancura del papel en busca de un mensaje preciso y potable en pleno cierre de edición que pueda sumar a nuestros lectores en este vermú a medias que tenemos pactado desde que esta revista vio la luz en septiembre de 2006. En un mundo absolutamente contaminado por el ruido e incomunicado con más medios que nunca, quizás el folio en blanco, el silencio, sea el mensaje más idóneo. Sin embargo, me resisto aun a ello y encuentro en la cotidiana normalidad un remanso de paz que nos permite la perspectiva y la reflexión que aquí traigo hoy. La excusa más a propósito. El sofocante verano tiene mucho de eso. Los días largos, las charlas sin medida de toalla o tumbona, de paseo por la orilla, de barra de bar, y de la cotizada siesta de soslayo. El verano también es salir con la fresca a pasear a nuestros perritos risueños, sin rumbo, más allá de una parada técnica no planificada en busca de la rubia helada de tirador y primer sorbo que sabe a gloria. Pequeños lujos, sencillos momentos que aliñan el alma de buena energía y predisponen a sentirse uno dichoso con poco. El éxito del que muchos hablan de los pequeños gestos con uno mismo que nos hace sentirnos reyes del mambo, sin grandes lujos, más allá de la sonrisa, el por favor y el gracias que hace este mundo más amable. ¡Y mucha gratitud! Sevilla en estos días está para vivir en Oslo, pero siempre nos queda la alegría y el tomarnos entre todos un poco el pelo hasta convivir con el calor, compañero chocante con el que hemos crecido. Siempre digo que el alcalde que regale dos meses de playa a los sevillanos será perpetuo en la Plaza Nueva. Sin embargo, mientras eso llega, nos quedan los caracoles en los veladores y siempre algún lumbreras cerca que dirá con cierto cinismo en voz alta: “Como se vive aquí en ningún sitio”. Y tan pancho. Al escucharlo uno da un nuevo sorbo a la fría recortada y sonríe, por no llorar, claro está. Dicen los estudiosos del alma que la felicidad tiene que ver con ser feliz con lo que uno tiene. No ser conformista, pero sí agradecido. Razón creo que no les falta.
“el alma del sevillano es práctica y vitalista”
En Sevilla se puede ser feliz con una tapa de caracoles y una cerveza. El alma del sevillano es práctica y vitalista. Con la que está cayendo en el mundo, en lo que no entro, porque no se creó este medio para esos asuntos tan serios; en nuestra ciudad se ha hecho una encuesta reciente en un medio de referencia y de información generalista sobre cuáles son los bares con la cerveza más fría. No estoy de broma. Ese es el carácter del sevillano medio, reflejado en una especia de CIS “amiarmado”. Nos manifestamos por nuestro equipo y se hacen encuestas por la Feria y la cerveza. Pensándolo fríamente, porque lo hago bajo el aire acondicionado a punto del ictus, la gente de a pie no tenemos la solución de los grandes problemas que atizan a nuestra sociedad actual, dentro y fuera de España. El mundo está de manicomio… Sevilla sigue siendo como una Andorra, pero con seseo, más gracia y salidas extraordinarias constantes. Está como entre España y Francia, con su jurisdicción particular y peculiar y siente como paseo marítimo la calle Betis en formato Velá de Santa Ana. Sevilla sigue siendo una ciudad suigéneris porque no se parece a nada, por mucho que la globalización la intente mermar y en los bares se imponga la reserva, la ración y el cierre de cocina a las once por descanso del personal. ¡Qué daño hizo el COVID en nuestra hostelería! Nuestros hábitos podrán adaptarse, pero el alma de nuestra ciudad, ¡ay el alma! sigue caminando en el desierto al margen de la imposición de los estándares. Esta carta sin rumbo, como el paseo de la noche, es una invitación a bajar el balón al suelo, a dejarse un poco llevar por la calma tras el apelmazamiento de citas en lo social y tradicional de los meses pasados y el calendario “encorbatado” sin tregua.
“sevilla en estos días está para vivir en oslo”
Deje entrar en sus ratos libres la “dolce far niente”. Una dulce ociosidad que da pie a la reflexión, al silencio, por el que acabé divagando en esta columna de opinión libre. El verano pasa en lo que se toma uno un vaso de gazpacho, en lo que se esfuma un paseo en bicicleta, dos sardinas de chiringuito, una novillada de promoción y tres fotos con brindis fotografiables para subir a las redes que nos roban la paz… Y volverá un nuevo curso, una nueva oportunidad para construir nuestro mundo ideal, en medio del caos. Esa etapa para iniciar nuestra mejor época, en la que acabaremos de una vez por todas con lo que nos merme la alegría. Veamos el no hacer nada como lo que hay que hacer para volver fuertes y dispuestos para comernos el mundo antes de que nos coma a nosotros de un bocado o nos tome por sopa. El mensaje preciso de esta carta tiene mucho que ver con querernos más a nosotros mismos, con darnos espacio, con permitirnos ser imperfectos y con aspirar a la calma sencilla, empezando por esos caracoles y por esa sonrisa a mano siempre para que sea puente con el mundo que nos rodea y el que atesoramos en nuestro interior más privado. Aspiremos al folio en blanco en nuestra mente por unos días y permitámonos no ser productivos y más humanos. Dejémonos parar por la canción favorita y por observar el paso de los barquitos camino del puerto.