«Su último gran legado es Felipe VI, el Rey más preparado de nuestra historia»
Hay momentos en la historia en los que la Patria, herida y cansada, levanta la vista buscando amparo en su propia memoria. En estos días de zozobra, de ruido y desorientación moral, resuena con fuerza el nombre de Don Juan Carlos I, figura esencial del alma contemporánea de España, arquitecto silente de su paz más prolongada, guardián de una etapa luminosa que devolvió a nuestra nación la serenidad, la concordia y el prestigio que tanto anhelaba.
Bajo su reinado, España despertó de viejos temores y se reconoció libre, moderna, europea y orgullosa de sí misma. Fue él quien supo tender puentes donde antes hubo abismos, quien sembró estabilidad donde reinaba la incertidumbre y quien sostuvo, con firmeza y elegancia, los valores constitucionales sobre los que florecieron nuestras libertades individuales. Su obra pertenece ya al territorio noble de la historia, allí donde solo habitan los grandes servidores de la Patria.
En contraste con el espectáculo amargo de una actualidad marcada por la sombra de la corrupción y la quiebra del ejemplo, su figura se eleva, serena, casi luminosa, como un faro que recuerda lo que fuimos y lo que aún podemos ser. Sus debilidades, propias de toda condición humana, se diluyen frente a la inmensidad de su legado, que no fue otro que la unidad de España, la paz social y el respeto internacional.
Por ello, manifestamos con emoción sincera nuestro deseo de que regrese a la tierra que lo vio reinar y a la que entregó su vida. Porque el Rey de todos los españoles debe habitar su Patria, no como un gesto ceremonial, sino como símbolo profundo de pertenencia, de continuidad y de orgullo compartido. Su regreso sería justicia moral, reconciliación histórica y afirmación de amor a España.
Y junto a él, inseparable en la historia y en la dignidad, se alza la figura serena de Su Majestad la Reina Doña Sofía, silenciosa arquitecta de equilibrio, elegancia y temple. Cómplice noble y merecidísima de las bondades de aquel reinado fecundo, ha sido sostén firme, presencia discreta y ejemplo de entrega inquebrantable al servicio de la Patria. En estos tiempos recientes, su figura resurge con justicia renovada, puesta en valor por un pueblo que reconoce en su mirada la lealtad y la nobleza de quien jamás abandonó su deber. El emotivo gesto de recibir de manos de su hijo, nuestro Rey, el Toisón de Oro, no fue solo un acto protocolario, sino un símbolo profundo de gratitud, de continuidad y de reverencia hacia una vida consagrada sin fisuras a la Corona y a España.
España, nuestra madre Patria, antigua y eterna, fuerte y noble, sigue latiendo en cada gesto de quienes la aman. Que el nombre de Don Juan Carlos I permanezca como emblema de reconciliación, de esperanza y de amor a esta gran nación que nos une y nos cobija bajo un mismo cielo, una misma historia y un mismo destino.



















