CUANDO EL ARTE Y LA ARQUITECTURA RESCATAN EL ALMA DEL BARRIO ALTO
El Barrio Alto de El Puerto de Santa María ha recuperado uno de sus grandes emblemas arquitectónicos. A la vuelta de la esquina entre las calles Cruces y San Sebastián, tras cinco años de espera y dos intensos de trabajo, la Casa del Reloj vuelve a lucir como en sus mejores días. Lo hace gracias a una rehabilitación ejemplar dirigida por el arquitecto sevillano Honorio Aguilar y promovida junto a su esposa, la diputada y también amante del arte Sol Cruz-Guzmán. Juntos han logrado devolver a esta casa-palacio del siglo XVII la dignidad perdida tras décadas de abandono, sin renunciar a imprimirle una visión actual que combina tradición, diseño y sensibilidad estética.
El nombre de esta singular vivienda palaciega no es casual: la Casa del Reloj cuenta en sus fachadas con dos espectaculares relojes de sol que no solo señalan las horas, sino también el origen y la singularidad de este edificio. Uno de los cuadrantes, declinante a levante, utiliza numeración arábiga; el otro, a poniente, muestra números romanos. Ambos han sido restaurados y se han convertido en emblema de la intervención llevada a cabo.
Pero si hay un espacio que condensa la esencia de esta casa es su patio de cuatro galerías, verdadero corazón del inmueble. Con una belleza contenida y austera, como corresponde a las casas de cargadores a Indias del siglo XVII, este patio sorprende al visitante con sus columnas originales de mármol negro, probablemente extraídas de las canteras de Markina (Vizcaya). Se trata de un material poco frecuente en Andalucía, de gran calidad y valor, cuya recuperación ha sido uno de los logros más celebrados por el propio Aguilar. “Estaban cubiertas de cal y solo con picar, apareció todo un mundo debajo”.
Los arcos que sostienen estas columnas están tallados en piedra arenisca palomera procedente de la Sierra de San Cristóbal, mientras que el suelo, recién colocado pero de espíritu antiguo, se compone de guijarros seleccionados a mano en la ribera del Guadalquivir, en Villa del Río (Córdoba). Esta combinación entre materiales nobles y una colocación artesanal revela el espíritu que ha guiado la intervención: fidelidad al pasado, respeto por los oficios y sensibilidad estética.
Cabe señalar que es al cruzar su portón verde francés cuando comienza verdaderamente el viaje en el tiempo. Durante las labores de rehabilitación, Aguilar descubrió que la casa, anteriormente datada en el siglo XIX, escondía una historia mucho más antigua. El rastreo de archivos municipales y eclesiásticos, así como el análisis minucioso de sus elementos constructivos, reveló su origen en el siglo XVII, en plena época de las casas de cargadores a Indias.
Uno de los primeros moradores documentados fue Agustín de Rivera. En 1702 pasó a manos de la familia Aguilar, y luego, por vía matrimonial, a los Báez. La división del edificio en viviendas y locales, tras ser adquirida por Mariana de Piodella y Talbot en 1859, fragmentó su esplendor, pero no logró borrar sus huellas. Tras casi dos siglos de intervenciones sucesivas y escaso mantenimiento, la Casa del Reloj encontró en Aguilar y Cruz-Guzmán los ojos y las manos que necesitaba para resurgir.
El proyecto no ha sido una mera restauración, sino una recuperación consciente y respetuosa del espíritu de la casa. La vivienda, de 850 metros cuadrados distribuidos entre planta baja, primera planta, ático y una espectacular azotea, presenta un lenguaje material que mezcla lo original con nuevas incorporaciones coherentes.
En la escalera, donde se descubrieron los arcos originales del XVII, se conserva parcialmente la antigua contaduría, con portada barroca en yesería. En su rellano, una hornacina acoge a la Virgen de los Milagros, patrona de la ciudad, como símbolo de identidad y protección.
En la primera planta, se ha respetado la distribución del siglo XIX. Cada vivienda dispone de cocina, baño, salón y dormitorio, donde el diálogo entre los elementos históricos y las incorporaciones de diseño es constante. La solería hidráulica del siglo XIX convive con porcelánicos de gran formato y azulejos antiguos de Mensaque. La viguería original, en muchas zonas conservada y en otras sustituida con fieles reproducciones en madera, ha sido rehabilitada respetando los colores barrocos, verdes, tierras, añiles, que modelan la luz y el ambiente.
En los baños, los lavabos hechos con antiguos lebrillos de fajalauza y bebederos son una declaración de principios: cada detalle importa, cada gesto cuenta. Los techos altos, de más de cinco metros, multiplican la sensación de espacio y permiten a la luz jugar con las texturas y colores.
La guinda es la azotea. Desde allí se contempla la cubierta de la Basílica Menor de los Milagros y una panorámica que abarca la Bahía de Cádiz. La alberca, construida con mortero de cal y ladrillo de barro reciclado, no es solo una piscina: es una reinterpretación contemporánea del agua como elemento arquitectónico.
Sin embargo, la Casa del Reloj no es solo una obra arquitectónica; también es un nuevo hogar para el arte. Desde su rehabilitación, ha acogido una intensa programación cultural que ha consolidado este espacio como un referente en el Barrio Alto. Han pasado por sus salas exposiciones de artistas de renombre como Clelia Muchetti, Magdalena Bachiller, Paloma Peláez, cuya obra forma parte de la colección del Museo Nacional de Arte Contemporáneo, o la colectiva Creadoras, en la que participaron 18 mujeres artistas, varias de ellas galardonadas con premios nacionales.
Estas propuestas conviven con otras actividades que amplían la oferta cultural del espacio: presentaciones de libros, encuentros literarios, y conciertos únicos como el del violinista Martín Hayes, considerado el gran maestro de la música tradicional irlandesa, quien ofreció un recital inolvidable en el patio durante el solsticio de invierno.
Para Honorio Aguilar, doctor en arquitectura, especialista en arquitectura mudéjar y en iluminación natural, la luz es mucho más que una herramienta técnica: es la base del diseño. “La luz modela la arquitectura y está asociada al color”, afirma. Por eso no duda en romper con la hegemonía del blanco y el gris para recuperar los verdes barrocos y los tonos tierra que definen muchos espacios de esta casa. También, como ha demostrado en otras intervenciones, apuesta por integrar naturaleza y funcionalidad.
El mensaje que lanza esta intervención es claro: recuperar el pasado no es una tarea nostálgica, sino un acto de vanguardia. Desde la calidez de sus suelos de chinos hasta la sombra proyectada por sus relojes de sol, la Casa del Reloj no es solo una casa. Es un símbolo de cómo el patrimonio puede y debe formar parte de nuestra vida contemporánea. Un ejemplo de cómo la arquitectura, cuando se hace con amor y conocimiento, tiene la capacidad de transformar barrios, ciudades y miradas. Y en pleno corazón de El Puerto, el tiempo vuelve a marcar el compás del arte y la historia.
Texto: Carlota Acuña
Fotos: cedidas por Honorio Aguilar