“LA PAZ ES LA ASPIRACIÓN DEL HOMBRE MADURO”
Hay que intentar ser felices. La vida no está en los tiempos que corren para otra cosa. Pronto llegará un verano de tiempo ordinario. No porque se vean chanclas en la ciudad y en la dictadura de la comodidad que vivimos, sino porque llega a la vuelta de la esquina un momento del año en el que la ciudad baja su ritmo y se puede disfrutar de lo cotidiano y de la paz, tras las grandes citas del calendario emocional de todos los que vivimos intensamente nuestra tierra. Llega una normalidad que se agradece. Cada vez estoy más convencido de que la paz es la verdadera felicidad. Estar en paz con Dios, en el caso de los creyentes, estar en paz con nuestro entorno, con nosotros mismos. La paz es la aspiración del hombre maduro. La paz es lo que quiero en este trance que vuela con los años a lo que llamamos vida. La paz tiene mucho que ver con nuestra vida interior, con pararse, serenarse y avanzar en el camino que nos hace sentir bien, con personas vitamina y trabajando nuestros pensamientos que nos condicionan el estado de ánimo y la calma del alma. Mucho se habla del poder de las palabras y el calado que tienen en nuestro interior, en nuestros pensamientos y de ahí a la responsabilidad de lo que se dice y como se dice. Elegir a los compañeros de vida es fundamental en este sentido. Necesitamos trabajar personas, pensamientos y proyectos factibles que nos inviten a vivir entusiastas, ilusionados con lo que somos y con el camino, más que con las propias metas. La vida no está para otra cosa. La vida debe ser una construcción inconclusa de un proyecto global que nos haga sentir plenos desde el proceso. Si no estamos en ese camino, es el momento de mover ficha. Trabajemos nuestra inteligencia emocional y vivamos todo lo felices que Hacienda, la burocracia, la complejidad de la propia vida y la muerte, siempre al acecho, nos permitan. Conscientes, pero abstrayéndonos de lo que nos merme, reste, empequeñezca, sean personas, hábitos o razonamientos. Vivir debe ser el gran reto de todos. Cuando me refiero a vivir, me refiero a vivir bien, en torno a la paz, al equilibrio, al confort emocional. Las palabras que elegimos, las personas con las que las empleamos, las conversaciones que iniciamos, la actitud que adoptamos ante las situaciones que se apiñan en lo cotidiano. Nadie dijo que vivir fuese fácil, ni siempre justo. Asumiendo que la perfección se da en contadas ocasiones de nuestra vida y suelen pasar desapercibida en lo cotidiano, en un mundo, el nuestro de hoy, de la interrupción permanente. Vivimos a salto de mata, saliendo del paso y esquivando la distracción perpetua en forma de WhatsApp, memes y la invasión del “cuñadismo” generalizado. En este sentido, debemos huir de la brutalidad de nuestros días, de la crueldad de un mundo enfocado para las redes sociales de superhombres y supermujeres de vidas virtualmente idílicas, poses perfectas y, en definitiva, un día a día que se trabaja más en ser mostrado que en el crecimiento del alma y de nuestra vida interior. Asumamos nuestra imperfección y vivamos tranquilos en lo que al espíritu se refiere. No hay cosa más aburrida que la perfección. La oración, en el caso de los creemos en un único Dios; la meditación, la lectura, el silencio y experimentar en la medida de lo posible la ausencia, el retiro a los cuarteles de invierno, para centrarnos en ser sosegados, agradecidos, curiosos por todo, exigiéndonos como personas limitadas que somos, sin compararnos y yendo a lo nuestro. La felicidad creo que va de eso a mi corto entender. Mi padre dice que nos llevamos toda la vida aprendiendo y cuando ya sabemos nos vamos al jardín. Pues, conscientes de eso, disfrutemos del camino, con sus alegrías y sus tristezas, felices en el caminar, eligiendo bien con quienes lo haremos y siendo selectivos, dejando en el camino quienes nos roben la paz.