22 Ene, 2025 | Destacado, entrevista a

Un periodista estrechamente vinculado a la ciudad, siempre procurando mirar más allá de las murallas aunque se encuentra muy a gusto dentro de ellas. Como siempre digo, soy hijo de mis padres. Si tengo alguna virtud es mérito de ellos y todos los defectos, que se ven hace tiempo, son mi responsabilidad.

Un niño muy querido por mis padres, el quinto de la familia. Soy el más chico. Muy cuidado y especialmente mimado, porque tuve un problema de salud grave con doce años en el riñón izquierdo. Me lo salvaron; aunque en otro momento me lo hubieran quitado, por ejemplo, si me hubiera pasado hoy en día. Eso hizo que, además de ser el más pequeño y estar muy distanciado del cuarto, estuviera especialmente cuidado y mimado siempre. 

En la segunda opción de la carrera puse fisioterapia. Como soy grandote y tengo las manos grandes… De hecho, no me hubiera importado. Me gustaba mucho la filosofía, de letras seguro. 

Tiene un precio, y lo que hay que hacer es pagarlo. El precio es que no le caes bien a todo el mundo. No se puede ser Napoleón y tratar de convencer a todos. Hay renuncias, pero las compensaciones son muchísimo mayores. Ese precio es barato. 

La libertad a la que has hecho referencia, implica pagar un precio. Hay que ejercerla con responsabilidad y administrarla bien. Hay cosas que, a lo mejor, por tacto, por prudencia o porque no es estrictamente necesario, no se publican. Si se sacaran no serían bien interpretadas por lo que hay que esperar a no publicarlas. Como tú dices, se quedan en el tintero, pero dando por hecho que siempre son informaciones contrastadas. 

En cuanto a los proyectos, seguir ejerciendo el articulismo cada día con poder leer más, que leer da cultura. En segundo lugar, viajar, pero en ese orden: primero leer y después viajar. Y seguir disfrutando de un oficio apasionante en una ciudad apasionante, pero siempre con la mirada puesta más allá de los muros. 

Comprendo que vivir aquí es muy cómodo. Sostengo que existe una teoría del bienestar en clave local. Siempre se dice que el Estado del Bienestar, del cual presumía un sevillano como Felipe González por haberlo implantado en España, aquí tiene una forma muy concreta de entenderse. Aquí somos felices muchas veces, pero también somos poco reivindicativos, poco luchadores, quizá, porque lo tenemos todo.

El oficio de un periodista, o la obligación y el compromiso de un periodista, es no caer en exceso en ese estado del bienestar. Hay una teoría que siempre les digo a mis amigos, un aforismo: cuando empiezas a ir a muchos canapés y ya no publicas cosas de impacto, algo está saliendo mal. Al final, hay que renunciar a los canapés, metafóricamente hablando, por el periodismo, ya que éste es muy bonito y te lo pagará con creces. 

Sin duda alguna, el primero el Cardenal Amigo, a grandísima distancia del segundo, ya que ejercía como un cardenal libre y no era un “verso suelto” de la Iglesia, sino un “verso libre”. Sabía exprimir el margen de libertad amplísimo que daba la Iglesia, que es la única organización que permite dentro de ella estar en posiciones que van desde lo que se llamaría de la izquierda a la derecha, e incluso hasta los extremos. Eso, en pocas instituciones y creo que en ninguna más, lo permite estando dentro. 

Era un cardenal libre que llegaba a todos, que no tenía miedo ni a emprender reformas ni a tomar decisiones. Era capaz de hablar con todos los colectivos, incluidos los no creyentes. Ha sido una gozada haberlo tratado, haberlo conocido y haber compartido con él muchos momentos en la intimidad familiar. Creo que él ha sido el gran personaje del cambio de siglo en Sevilla, del XX al XXI. 

Están pasando cosas que nunca pasaban antes. Tenemos un presidente del Gobierno en minoría que hace lo que sea necesario para mantenerse en el puesto. El problema no es que no se pueda pactar con otro partido, esa es la esencia de la democracia, sino el precio que se está pagando y a lo que nos estamos acostumbrando. Algo que antes nunca habíamos visto. España es ya una democracia madura, pero antes nunca habíamos presenciado, por ejemplo, que en una sesión de investidura de un jefe de Gobierno se mandara a un diputado raso a contestarle al que se presenta. Eso fue un clarísimo ejemplo de desprecio aunque ya supiéramos que la investidura no iba a salir adelante. Esos protocolos, esas liturgias, antes se cuidaban. 

Tampoco habíamos visto a ministros pasar al puesto de fiscal general del Estado. Nunca habíamos visto a ministros convertirse en gobernadores del Banco de España en menos de 24 horas. No habíamos visto ministros pasar al Tribunal Supremo. 

Nos hemos acostumbrado a que el estilo del forofo irrumpa en las instituciones. El problema de todo esto es cuánto de lo que estamos viendo se quedará como hábitos y usos normalizados. Hay nuevas generaciones que están creciendo acostumbrándose a estas situaciones, cosas que nosotros ni por asomo imaginábamos. Insisto, hemos visto cosas antes, pero lo que ocurre ahora no. Eso es un problema, ¿qué herencia va a quedar de esa forma de ejercer la política?

Hay un riesgo y un objetivo muy bonito. El objetivo bonito es que muchísimos sevillanos conozcan lo que fue el 29, la exposición que nos regaló la expansión hacia el Sur. La del 92 nos dejó infraestructuras y la Cartuja, pero la del 29 significó crecer hacia el Sur. Esa avenida de la Palmera, que era la gran arteria, no la hemos cuidado bien. Ahí se están haciendo auténticas barbaridades, y, por cierto, legales, porque el marco legal las permite. 

Espero que se haga bien y que las nuevas generaciones de sevillanos comprendan la importancia que tuvo aquella exposición, con todos sus vaivenes, avatares y las dimisiones que ocurrieron incluso antes, como pasó en el 92. Después, llegó la Guerra Civil, por lo que el legado de aquella exposición no lo pudimos disfrutar del todo. Tuvimos mala suerte con lo que ocurrió en España pocos años después. Sin embargo, fue muy importante para extender la ciudad hacia el Sur. 

Los éxitos son muy peligrosos. El Cardenal Amigo, por volver a él, siempre decía que en los llamados éxitos “se nota el frío”. Me quedé con esa lección porque es verdad. Él contaba que al convertirse en cardenal se dió cuenta de que, de cierta manera, había soledad y frío, y que en su posición ya no tenía amigos. 

De los fracasos en Sevilla se aprende mucho, porque en esos momentos a veces se levanta el faldón y se ven las ganas de ajustar cuentas de algunos. Pero creo que eso es la condición humana, y pasará también en Madrid, en Toledo o en Lugo. 

Sin embargo de los fracasos se debe y se puede aprender muchísimo, claro que sí. Cuidado, porque aquí el fracaso no tiene ningún prestigio, pero en Estados Unidos sí. 

Lo que más me gusta es que es una ciudad digna de ser continuamente paseada como si fuera una Roma al Sur de Europa. Da gusto pasear simplemente por Sevilla, disfrutar de la calidad de vida que hay aquí y conocer a muchas personas con las que compartir ese hábito tan importante de la tertulia, que no se debe perder nunca. Una tertulia sosegada, moderada, con un poco de picante, no lo que sucede en las redes sociales. No confundamos el cambio de opinión en redes con una tertulia discreta, moderada, que surge incluso en lugares como los barberos o el mostrador de un comercio. Creo que, pese a todo, en Sevilla se sigue viviendo muy bien. 

Lo peor que veo ahora mismo es la indolencia que, como ciudad, muchas veces nos marca. Reivindicamos poco. Al fin y al cabo, el salón de la ciudad, que es el centro, nos guste más o menos, está sufriendo un proceso de despersonalización galopante. Las cosas que hacen única y distinta a una ciudad no se deben perder, se deben mantener. Eso sería incluso lo más progresista. 

El comercio de franquicia, que es legítimo, nos empobrece. El turismo excesivo hay que saber administrarlo, hay que saber regularlo como intenta hacer Venecia. Por supuesto, no podemos desprendernos del turismo. Vivimos del turismo, dependemos de él, pero se pueden hacer muchas cosas para regularlo. No me gusta que tan fácilmente cambiemos de uso porque nos invade el turismo. 

Hay cosas que nunca se habían visto y que ahora empiezan a aparecer, como esas colas en los bares o la dificultad para andar por muchas zonas. Insisto, esa despersonalización del centro, que siempre nos ha hecho únicos. Aquí vienen porque somos únicos, porque tenemos un sello distinto. No podemos perderlo. Sería como pegarnos un tiro en el pie. 

Yo procuro confesarlos todos. A lo mejor tardo, pero procuro confesarlos. Todavía quedan algunos pendientes por confesar, pero creo que vamos a acabar confesándolos, con lo cual, es cuestión de tiempo.

Texto: Mario Niebla del Toro

Fotos: Ángela Muruve

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