El entrevistado que me devuelve a mi faceta de interrogador a la revista que tengo el honor de dirigir desde hace casi diecinueve años es mi admirado Carlos Navarro. Periodista, escritor, analista político y columnista del Diario de Sevilla, del que es además subdirector. Navarro Antolín colabora en diversos medios locales, autonómicos y nacionales de distantes líneas editoriales con un estilo personalísimo y una insultante libertad. Navarro solo se parece a Navarro. Se bandea con asombroso equilibrio entre lo incisivo casi ácido y lo dulce, sin ser meloso, jamás, ya que en el fondo no puede desprenderse de su condición de sevillano enamorado de su ciudad y empapado de su forma alegre y optimista de vida. Navarro es serio, pero amable; riguroso, pero flexible en el trato y con un enorme celo de lo que debe ser ejemplar que lo aplica en su trato con los demás. La casa donde nació, creció y se educó ha marcado su carácter. Es un señor agradecido a sus padres y con memoria, para lo bueno y para lo malo. De profundas creencias religiosas y un sentimiento un tanto conservador, tiene una capacidad de empatía aspiracional con todos los perfiles sociales y condiciones, basada en el respeto. Máxima que transmite, junto a su esposa, a sus dos hijos, con paciencia y dedicación. No habla por hablar y piensa siempre lo que dice. Obvio, pero no común. Ha sido un gusto hacer esta entrevista de la que hurto un par de reflexiones sin ánimo de lucro.
¿Quién es Carlos Navarro?
Un periodista estrechamente vinculado a la ciudad, siempre procurando mirar más allá de las murallas aunque se encuentra muy a gusto dentro de ellas. Como siempre digo, soy hijo de mis padres. Si tengo alguna virtud es mérito de ellos y todos los defectos, que se ven hace tiempo, son mi responsabilidad.
¿Cómo era Carlos Navarro en su más tierna infancia?
Un niño muy querido por mis padres, el quinto de la familia. Soy el más chico. Muy cuidado y especialmente mimado, porque tuve un problema de salud grave con doce años en el riñón izquierdo. Me lo salvaron; aunque en otro momento me lo hubieran quitado, por ejemplo, si me hubiera pasado hoy en día. Eso hizo que, además de ser el más pequeño y estar muy distanciado del cuarto, estuviera especialmente cuidado y mimado siempre.
Si no hubiera sido periodista ¿qué hubiera sido?
En la segunda opción de la carrera puse fisioterapia. Como soy grandote y tengo las manos grandes… De hecho, no me hubiera importado. Me gustaba mucho la filosofía, de letras seguro.
¿Qué precio tiene la libertad?
Tiene un precio, y lo que hay que hacer es pagarlo. El precio es que no le caes bien a todo el mundo. No se puede ser Napoleón y tratar de convencer a todos. Hay renuncias, pero las compensaciones son muchísimo mayores. Ese precio es barato.
¿Qué queda en el tintero? Porque, pese a su edad (que hablar de la edad es una grosería), ha hecho muchísimo.
La libertad a la que has hecho referencia, implica pagar un precio. Hay que ejercerla con responsabilidad y administrarla bien. Hay cosas que, a lo mejor, por tacto, por prudencia o porque no es estrictamente necesario, no se publican. Si se sacaran no serían bien interpretadas por lo que hay que esperar a no publicarlas. Como tú dices, se quedan en el tintero, pero dando por hecho que siempre son informaciones contrastadas.
En cuanto a los proyectos, seguir ejerciendo el articulismo cada día con poder leer más, que leer da cultura. En segundo lugar, viajar, pero en ese orden: primero leer y después viajar. Y seguir disfrutando de un oficio apasionante en una ciudad apasionante, pero siempre con la mirada puesta más allá de los muros.
¿Cuáles son los muros o las limitaciones que tiene Sevilla para crecer?
Comprendo que vivir aquí es muy cómodo. Sostengo que existe una teoría del bienestar en clave local. Siempre se dice que el Estado del Bienestar, del cual presumía un sevillano como Felipe González por haberlo implantado en España, aquí tiene una forma muy concreta de entenderse. Aquí somos felices muchas veces, pero también somos poco reivindicativos, poco luchadores, quizá, porque lo tenemos todo.
El oficio de un periodista, o la obligación y el compromiso de un periodista, es no caer en exceso en ese estado del bienestar. Hay una teoría que siempre les digo a mis amigos, un aforismo: cuando empiezas a ir a muchos canapés y ya no publicas cosas de impacto, algo está saliendo mal. Al final, hay que renunciar a los canapés, metafóricamente hablando, por el periodismo, ya que éste es muy bonito y te lo pagará con creces.
De todos los personajes que ha conocido a lo largo de su carrera, ¿cuáles o quiénes han sido los que más le han marcado?
Sin duda alguna, el primero el Cardenal Amigo, a grandísima distancia del segundo, ya que ejercía como un cardenal libre y no era un “verso suelto” de la Iglesia, sino un “verso libre”. Sabía exprimir el margen de libertad amplísimo que daba la Iglesia, que es la única organización que permite dentro de ella estar en posiciones que van desde lo que se llamaría de la izquierda a la derecha, e incluso hasta los extremos. Eso, en pocas instituciones y creo que en ninguna más, lo permite estando dentro.
Era un cardenal libre que llegaba a todos, que no tenía miedo ni a emprender reformas ni a tomar decisiones. Era capaz de hablar con todos los colectivos, incluidos los no creyentes. Ha sido una gozada haberlo tratado, haberlo conocido y haber compartido con él muchos momentos en la intimidad familiar. Creo que él ha sido el gran personaje del cambio de siglo en Sevilla, del XX al XXI.
¿Qué es lo que pasa en España ahora?
Están pasando cosas que nunca pasaban antes. Tenemos un presidente del Gobierno en minoría que hace lo que sea necesario para mantenerse en el puesto. El problema no es que no se pueda pactar con otro partido, esa es la esencia de la democracia, sino el precio que se está pagando y a lo que nos estamos acostumbrando. Algo que antes nunca habíamos visto. España es ya una democracia madura, pero antes nunca habíamos presenciado, por ejemplo, que en una sesión de investidura de un jefe de Gobierno se mandara a un diputado raso a contestarle al que se presenta. Eso fue un clarísimo ejemplo de desprecio aunque ya supiéramos que la investidura no iba a salir adelante. Esos protocolos, esas liturgias, antes se cuidaban.
Tampoco habíamos visto a ministros pasar al puesto de fiscal general del Estado. Nunca habíamos visto a ministros convertirse en gobernadores del Banco de España en menos de 24 horas. No habíamos visto ministros pasar al Tribunal Supremo.
Nos hemos acostumbrado a que el estilo del forofo irrumpa en las instituciones. El problema de todo esto es cuánto de lo que estamos viendo se quedará como hábitos y usos normalizados. Hay nuevas generaciones que están creciendo acostumbrándose a estas situaciones, cosas que nosotros ni por asomo imaginábamos. Insisto, hemos visto cosas antes, pero lo que ocurre ahora no. Eso es un problema, ¿qué herencia va a quedar de esa forma de ejercer la política?
Sevilla es una ciudad que ha crecido a golpe de exposiciones universales, ahora tenemos la oportunidad en el 29 de celebrar la efémeride del centenario de una exposición que fue crucial en la fisionomía de la ciudad ¿Qué cree que debería tener Sevilla previsto a nivel político para la Sevilla del 29?
Hay un riesgo y un objetivo muy bonito. El objetivo bonito es que muchísimos sevillanos conozcan lo que fue el 29, la exposición que nos regaló la expansión hacia el Sur. La del 92 nos dejó infraestructuras y la Cartuja, pero la del 29 significó crecer hacia el Sur. Esa avenida de la Palmera, que era la gran arteria, no la hemos cuidado bien. Ahí se están haciendo auténticas barbaridades, y, por cierto, legales, porque el marco legal las permite.
Que la gente sepa lo que supuso el 29 es importante. ¿Dónde está el riesgo? Por supuesto, aunque se haga mal (que espero que no, porque confío en que se hará bien), el riesgo está en que una vez más, estemos mirando únicamente al pasado siempre con el retrovisor.
Espero que se haga bien y que las nuevas generaciones de sevillanos comprendan la importancia que tuvo aquella exposición, con todos sus vaivenes, avatares y las dimisiones que ocurrieron incluso antes, como pasó en el 92. Después, llegó la Guerra Civil, por lo que el legado de aquella exposición no lo pudimos disfrutar del todo. Tuvimos mala suerte con lo que ocurrió en España pocos años después. Sin embargo, fue muy importante para extender la ciudad hacia el Sur.
¿Ha aprendido más con los éxitos o con los fracasos?
Los éxitos son muy peligrosos. El Cardenal Amigo, por volver a él, siempre decía que en los llamados éxitos “se nota el frío”. Me quedé con esa lección porque es verdad. Él contaba que al convertirse en cardenal se dió cuenta de que, de cierta manera, había soledad y frío, y que en su posición ya no tenía amigos.
De los fracasos en Sevilla se aprende mucho, porque en esos momentos a veces se levanta el faldón y se ven las ganas de ajustar cuentas de algunos. Pero creo que eso es la condición humana, y pasará también en Madrid, en Toledo o en Lugo.
Sin embargo de los fracasos se debe y se puede aprender muchísimo, claro que sí. Cuidado, porque aquí el fracaso no tiene ningún prestigio, pero en Estados Unidos sí.
¿Qué es lo que más le gusta de Sevilla y qué es lo que menos le gusta de nuestra ciudad?
Lo que más me gusta es que es una ciudad digna de ser continuamente paseada como si fuera una Roma al Sur de Europa. Da gusto pasear simplemente por Sevilla, disfrutar de la calidad de vida que hay aquí y conocer a muchas personas con las que compartir ese hábito tan importante de la tertulia, que no se debe perder nunca. Una tertulia sosegada, moderada, con un poco de picante, no lo que sucede en las redes sociales. No confundamos el cambio de opinión en redes con una tertulia discreta, moderada, que surge incluso en lugares como los barberos o el mostrador de un comercio. Creo que, pese a todo, en Sevilla se sigue viviendo muy bien.
Lo peor que veo ahora mismo es la indolencia que, como ciudad, muchas veces nos marca. Reivindicamos poco. Al fin y al cabo, el salón de la ciudad, que es el centro, nos guste más o menos, está sufriendo un proceso de despersonalización galopante. Las cosas que hacen única y distinta a una ciudad no se deben perder, se deben mantener. Eso sería incluso lo más progresista.
El comercio de franquicia, que es legítimo, nos empobrece. El turismo excesivo hay que saber administrarlo, hay que saber regularlo como intenta hacer Venecia. Por supuesto, no podemos desprendernos del turismo. Vivimos del turismo, dependemos de él, pero se pueden hacer muchas cosas para regularlo. No me gusta que tan fácilmente cambiemos de uso porque nos invade el turismo.
Hay cosas que nunca se habían visto y que ahora empiezan a aparecer, como esas colas en los bares o la dificultad para andar por muchas zonas. Insisto, esa despersonalización del centro, que siempre nos ha hecho únicos. Aquí vienen porque somos únicos, porque tenemos un sello distinto. No podemos perderlo. Sería como pegarnos un tiro en el pie.
¿Podría confesarme un secreto que no haya confesado nunca?
Yo procuro confesarlos todos. A lo mejor tardo, pero procuro confesarlos. Todavía quedan algunos pendientes por confesar, pero creo que vamos a acabar confesándolos, con lo cual, es cuestión de tiempo.
Texto: Mario Niebla del Toro
Fotos: Ángela Muruve