23 Ene, 2025 | Blog

Dicen que la libertad de uno acaba donde empieza la del otro.

Hemos podido ver estos primeros días de enero cómo se desataba en España la polémica por lo sucedido durante las campanadas de la primera cadena relativo a una “imagen” del Sagrado Corazón de Jeús. Todo ello, para conformidad de unos y descontento de otros.

Vivimos sin duda en la época de la corrección y de lo políticamente correcto, en la época en la que más sensibilidad se tiene hacia las circunstancias de cada individuo, en la época en la que más cuidado se tiene sobre lo que se ha de decir y cómo se ha de decir, en la época en la que, si algo no es correcto, se censura de inmediato.

Sin embargo, vemos cómo la religión católica y los cristianos se ven expuestos a gratuitos ataques y burlas con relativa frecuencia. En cuanto al hecho concreto sucedido en las campanadas, se han soltado gran variedad de opiniones, todas ellas dispares unas de otras. Entre la mayoría de ellas se alude con frecuencia a la intención o no de ofender a los cristianos. Puede que no hubiera intención de herir sensibilidades (cosa tan subjetiva como indemostrable), lo que desde luego no había era necesidad. Es decir, uno sabe perfectamente que con determinadas acciones, aunque no tenga intención de ofender, puede hacerlo y existe el riesgo de que lo haga.

Aparte de todo esto está también la legitimación de quien promueve la supuesta ofensa. Alguien que conoce la profundidad de algo tan íntimo y tan personal como la fe, sabe hasta dónde puede llegar haciendo una chanza sobre ello y cuáles son los límites. Si algo ha demostrado esta persona haciendo esto es desconocimiento absoluto de ello y, por supuesto, lo poco que le importan las creencias del 54% de la sociedad española.

Por supuesto, teniendo en cuenta todo esto, lo que tampoco se ha demostrado es responsabilidad sobre los actos, y esto por desgracia es un mal que afecta a gran parte de la sociedad. En el caso de que uno haga un acto que ofenda a alguien, en cualquier dirección (muy importante este aspecto), debe asumir que será criticado y que por supuesto deberá conceder al otro el derecho a la réplica.

Dicho lo cual, todo esto es una situación idílica, utópica completamente. Sorprendente es además que el respeto y el cuidado de los discursos solo se tenga hacia aspectos concretos de la sociedad, aspectos y ámbitos muy concretos, no entre ellos el cristianismo. Y más sorprendente todavía es que la fe católica no se encuentre entre estos ámbitos cuando lo que promulga es el cuidado máximo y absoluto de la creación (pensamiento ecológico donde los haya), el respeto hacia la libertad y derechos del prójimo (mucho antes de la declaración de derechos humanos), el cuidado de los más desfavorecidos y el poner siempre la otra mejilla. La imagen del Sagrado Corazón de Jesús no es otra cosa que un signo de Amor, Amor sin límites y libre, tanto como se reclama hoy.

Ojalá los Reyes Magos hubieran traído este enero eso que decía San Agustín de “ama y haz lo que quieras”. La fe, la fe, no otras cosas u otras instituciones u otras personas, la fe dice que el amor no pasa nunca de moda. Ojalá y ese amor englobara respeto, en todas direcciones. Ojalá y dejáramos de mirarnos el ombligo. Ojalá y se pusiera en práctica la tolerancia y la inclusión de la que tanto se habla en el siglo XXI. Hasta entonces, y en honor al Sagrado Corazón, deberemos seguir repitiendo y confiar en esa frase que tanto repetirían en su día nuestras abuelas:

“Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío”

Texto: Enrique Galán

Ilustración: Ama Herrero

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